El agua es un recurso natural particular de gran importancia
por sus funciones en la naturaleza (ecológica y ambientales), así como por sus
prestaciones al ser humano (económicas y culturales). En Canarias, este bien,
indiscutiblemente necesario, es socialmente escaso.
Esta consideración, general
para todo el Archipiélago, presenta para cada espacio insular particularidades,
que son el resultado de distintos condicionantes físicos y de exigencias
económicas. De esta forma, existe por un lado la disponibilidad y de otra la
necesidad. Un elemento media entra ambas variables, la tecnología. Explicada
esta desde una componente social, actúa cronológicamente aumentando sobre la
disponibilidad y resolviendo en parte las necesidades sociales, pero también
produciendo costes.
Una primera etapa, en cuenta a la relación agua y sociedad
en Canarias, se extiende de manera desigual y con particularidades relativas a
cada sistema insular, desde la conquista hasta bien avanzado el siglo XX.
Durante esta etapa el sistema hidráulico se encuentra mediatizado por el clima
y la dinámica geológica. Los sistemas de acopio de agua serán manantiales y
fuentes (más de la mitad de estas en Gran Canaria, mientras que en islas como
El Hierro y Lanzarote prácticamente eran inexistentes), así como la captación
de las aguas pluviales mediante charcas, eres y aljibes. La creación o
crecimiento de los núcleos de población y la actividad económica paralela
estaban vinculadas a la influencia húmeda del alisio, a la proximidad de un
manantial o a una corriente regular de agua. Es el caso de los núcleos urbanos
vinculados a la cuenca del Guiniguada, en Gran Canaria, o los próximos al
barranco de Santos en Tenerife; al papel que tuvieron los manantiales para
núcleos como Telde (Gran Canaria), La Orotava o Güímar (Tenerife), Hermigua y
Valle Gran Rey (La Gomera), Santa Cruz de La Palma, San Andrés y Sauces o
Argual (La Palma).
Desde las última décadas del siglo XIX las islas pasan por
un momento de grandes transformaciones, con dos hitos fundamentales: la modernización
de la agricultura (auge de los tres últimos grandes cultivos de exportación:
tomate, papa y sobre todo plátano) y el crecimiento de las áreas urbanas,
portuarias o industriales. Estas nuevas exigencias hacen crecer la demanda de
recursos hídricos, que chocan con una disponibilidad limitada, irregular y
desigual de la hasta ese momento principal fuente de extracción; el ciclo
natural (los manantiales de las islas manaban a principios del siglo XX 106
hm3/año).
Beneficiados por los adelantos de la Revolución Industrial (cemento, hierro,
gasoil y motores), tanto para la extracción como para el transporte, aparecen
nuevas formas y una nueva etapa, esta de explotación de los recursos hídricos,
primero con los pozos y luego con las galerías. A lo largo del siglo XX se
perforan más de 5.000 pozos con más de 400 kms perforados y más de 1.500
galerías con más de 2.000 kms perforados. Además de una gran cantidad de
infraestructura, miles de kilómetros de canales, estanques, etcétera. Se
produce entonces un incremento del consumo de 30 hm3 en 1930, y pasamos a 250
en 2010.
Con ello se democratiza el agua, produciéndose un salto
cualitativo a partir de los años sesenta. No olvidemos que más del 98% de las
viviendas actuales tiene agua corriente, y que por tanto en un corto periodo de
tiempo, menos de 50 años, el suministro de agua ha pasado de ser un asunto de
cuatro zonas urbanas a la totalidad del Archipiélago. Esta etapa expansionista
en cuanto a los consumos no ha parado. Al boom agroexportador siguió el boom del
sector turístico y la práctica urbanización de casi todo el territorio.
La actividad urbano-turística, que polariza actualmente a la sociedad canaria,
supuso por un lado el retroceso de la superficie regada y por otro un
apreciable deterioro de las fuentes subterráneas de agua. La regresión de los
acuíferos y la progresión creciente de la demanda para millones de turistas y
ciudadanos urbanos y sus infraestructuras obligaron a la incorporación de
formas industriales de transformación del agua, la desalación y la depuración.
Con un incremento creciente de la desalación (más de 300 desaladoras que han
mejorado la tecnología, produciendo con tres kilovatios pueden producir un m3).
De tal forma que hoy en día podemos hablar de una producción total de agua de 512
hm3 (2010), de los cuales el 66% correspondería a aguas subterráneas, el 24 %
correspondería a desalación, mientras que las superficiales y la reutilización
suponen el 4% y el 6%, respectivamente. Esta producción se consume, con una
tendencia a incrementarse, en más del 50% en las zonas urbano-turísticas.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 1 de Diciembre 2012