Vivimos en una sociedad con poca memoria. Solo miramos por
lo inmediato, lo coyuntural. No le damos ningún valor a lo pequeño, lo local,
lo nuestro, el esfuerzo, el trabajo; solo prestamos atención a lo virtual, “la
modernidad”, sin raíces, sin mirar hacia atrás a nuestra historia, a nuestra
cultura.
Tejina se sitúa en la zona de contacto de los materiales
antiguos de Anaga y las lavas recientes que cubren el valle de Tegueste. Allí,
junto a una pequeña fuente que aflora donde el barranco de Agua de Dios abrió
una ventana en el cauce, nació el pueblo de Tejina.
En los inicios del siglo XX se construyeron primero una
acequia de tierra y luego de mampostería para alimentar charcas de barro entre
el barranco y la zona de Porlier. Esos precarios depósitos de agua para regar
fueron construidos bajo la dirección de maestros venidos de Tamaraceite y San
Lorenzo, en la vecina isla de Tamarán.
En años posteriores, se construyó una presa de mampostería
gracias a una sociedad de regantes del barranco, con su correspondiente
canalización hacia la costa de Tejina y Valle de Guerra, implantándose cultivos
de tomates, plátanos y otros regadíos de la zona. En los años treinta del
pasado siglo, llegaron a la zona importantes caudales de las galerías
procedentes del valle de Güímar por el canal de Araca y posteriormente Río
Portezuelo. Gracias a ello, la comarca se convirtió en uno de los emporios más
importantes en el cultivo de tomates y plátanos de Tenerife.
La crisis de valores del mundo agrario que hemos sufrido en
las últimas décadas ha dejado gran parte de las infraestructuras agrarias
infravaloradas o infrautilizadas: la presa cargada de sedimentos, algunos
canales en estado ruinoso, charcas de barro en abandono.
La cultura agraria ha perdido totalmente su valor, y la
sociedad vive de espaldas al entorno donde se asienta. Es incomprensible que
hace apenas dos meses hubiera serios problemas ante la falta de agua de riego
en la zona. El agua de algunos pozos es de una calidad muy problemática.
A ello se suma que en estos momentos agua de buena calidad
corra por el barranco hacia el mar, olvidando las importantes infraestructuras
de aprovechamiento construidas cuando éramos pobres.
Mientras, amplias fincas y estanques carecen de actividad
agraria, tierras balutas al fin y al cabo, con una tasa de paro muy preocupante
y sufrimos limitaciones en el suministro de alimentos frescos. Tenemos una
grave falta de cultura agraria; las instituciones y el sistema educativo y
formativo tienen mucho que hacer.
Hemos de recuperar una cultura del ayer que puede alumbrar
el mañana; tenemos en Tejina numerosos maestros, como don Domingo González, que
son una biblioteca de la historia y la cultura y sobre todo del conocimiento
del medio.
Los duros caminos que han abierto los tejineros en tiempos
no tan lejanos parece que tendremos que volver a abrirlos, cortando y limpiando
de zarzas y pese a la burocracia alejada de la realidad.
La producción de alimentos y la cultura de la tierra nos
obligan a optimizar cuantos recursos tenemos en las Islas. Lo que está
ocurriendo en la costa de Tejina y otros puntos de las Islas nos obliga a
recordar el famoso proverbio chino atribuido a Confucio sobre enseñar a pescar
de hace ya más de dos mil quinientos años.
El estado de los canales y estanques abandonados, con el
agua de los barrancos terminando en el mar, nos indica que algo funciona mal en
nuestra tierra; hasta hace unos años esto era un vergel agrícola. Hemos de
reconducir esta situación. El sudor de la frente, el trabajo y la sabiduría
popular son una alternativa al paro y a las tierras abandonadas.
Hagamos de esta tierra un pueblo socialmente más justo y
ambientalmente más sostenible. Gracias, don Domingo.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 8 de Diciembre 2012