Ante una crisis tan dura como la que vivimos debemos
analizar nuestra sociedad. La globalización parece que nos sumerge a todos en
un modelo único e inmutable, dirigido por un mercado que cada día parece estar
en menos manos. Los campos canario y cubano, muy vinculados en toda su
historia, han entrado en crisis desde los últimos años del siglo XX. En el caso
cubano se debe a su situación de economía planificada; en el caso canario son
los factores económicos del supuesto mercado libre.
En Cuba la supuesta planificación da lugar a la ruina de
gran parte de la agricultura, reduciéndose la producción de azúcar a un treinta
por ciento de los logros alcanzados en los primeros años de la revolución y
entrando en crisis la producción de alimentos para la autoalimentación con
problemas serios por el déficit interno de viandas, carnes y leches. En
Canarias, la crisis agraria reduce la población activa en el sector primario en
más de un ochenta por ciento, no cubriendo tan siquiera el diez por ciento de
la demanda interna. Hay importantes pérdidas en los productos agrarios de
exportación: tomates, flores, etc. Se ha pasado de seis habitantes por hectárea
labrada en los años sesenta a situarnos en más de cincuenta habitantes por
hectárea cultivada en la actualidad.
También ha habido una importante descapitalización no sólo
en términos económicos, sino de envejecimiento del sector primario en las
Islas. La crisis agraria ha ocurrido en Canarias en el periodo más rico de su
historia. Ahora disponemos de quinientos hectómetros cúbicos de agua potable al
año, mientras que los manantiales del Archipiélago nunca superaron los cien
hectómetros cúbicos hasta bien entrado el siglo XX. Ello ha ido acompañado de
la mejora en infraestructuras, en canalizaciones, redes de transporte,
hospitales, escuelas, así como la mayor masa forestal que ha tenido Canarias en
quinientos años, etcétera. En el caso cubano, la revolución intentó vincular a
los jóvenes con el campo (granjas escuela, etcétera). Sin embargo, los
resultados son a todas luces desalentadores. En Canarias la educación y los
medios han dado culto a lo urbano, devaluando lo rural; el campo como sinónimo
del pasado.
Las importaciones de alimentos, en muchos casos en sistema
dumping, unidas al espejismo del turismo y a la cultura del ladrillo, han
puesto el resto. Por todo ello, la crisis agraria en Cuba y en Canarias tiene
distintos orígenes pero iguales consecuencias. En la isla caribeña se rompió
con la estructura agraria del pasado con una revolución, estableciendo un
modelo agrario sin contar con los campesinos, establecido por una burocracia
dirigente que entiende el campo desde un laboratorio. La consecuencia es que
los campos cubanos están cubiertos de marabú (hay un proverbio cubano que dice:
“Si tienes marabú en el conuco búscate un isleño y si no deja el conuco”)
(Diccionario María Moliner; conuco: tierras que entregaban a los esclavos para
producir las viandas de la familia). La agricultura es la cultura del
territorio; Cuba y Java son dos islas muy similares; tienen ciento diez y
ciento veinte mil kilómetros cuadrados ,respectivamente, con suelos y climas
similares. Pero mientras en Java se autoabastecen ciento veinte millones de
personas, en Cuba no da para cubrir las necesidades de once millones.
En el caso canario la devaluación del campo y la cultura
campesina no son sólo la referencia que hacemos a las tierras balutas o campos
sin cultivar, sino sobre todo a la devaluación de una cultura arraigada en
nuestro territorio, de gran conocimiento en el manejo de cultivos de lucha
contra la sequía, el viento, de conocimiento sobre semillas, frutales,
etcétera. Al igual que lo que ha ocurrido en Cuba, la cultura agraria tiene
mucha sabiduría localizada en cada territorio que ahora nos cuesta aprender
para intentar alimentar a trescientas personas por kilómetro cuadrado en las
Islas. Parece claro que agricultura y cultura del territorio son asignaturas
pendientes de eso que llamamos modelo sostenible o huella ambiental, no sólo en
aspectos sociales sino sobre todo ambientales para que podamos ponerle una pata
más a la mesa. No parece razonable dejar en manos del lobby de la distribución
la alimentación del planeta; máxime cuando controlan las semillas.
La desestructuración de las comunidades campesinas es otro
grave problema. La soberanía alimentaria tan cacareada en la UE se está
quedando en papel mojado. Debemos insistir en la unión indisoluble entre
cultura y agricultura. La cultura de comunidades agrarias como la de Java, que
era el caso canario hasta hace unos años, con un máximo aprovechamiento de
recursos y una sociedad menos dependiente de los vaivenes del exterior, es una
referencia ante la crisis. No debemos limitarnos a copiar tal cual modelos
foráneos; sin embargo, ahora nos toca hacer futuro sin borrar las huellas del
ayer. La agricultura es parte fundamental en nuestra sociedad, de nuestros
valores y de nosotros mismos.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 4 de Noviembre 2012