El pasado día 5 de junio celebramos el Día Mundial del Medio
Ambiente con actos públicos, buenas palabras y redactando notas de prensa bien
intencionadas. Ese día debe ir mucho más allá de declaraciones y acciones
afortunadas en la protección de esta o aquella especie: debe concienciarnos
sobre nuestras obligaciones y nuestra dependencia total con el mundo que nos
rodea. Es fundamental que tratemos con la máxima atención la relación del
hombre con la naturaleza.
La sociedad no debe ni puede estar alejada de lo que
ocurre en nuestro medio natural; debemos armonizar nuestras actividades con
ella, puesto que es ésta la que en el fondo nos permite desarrollar nuestras
vidas.
El desarrollo de la actual sociedad de servicios ha
implicado la reducción y marginación de la actividad agraria, de la vida rural,
con la consiguiente expansión de las zonas forestales, acelerando cada vez más
la expansión de la vida urbana. La sociedad cada vez está más alejada del
campo, de nuestro entorno inmediato. Cada vez se valora menos lo local, lo de
casa, lo pequeño; nuestra sociedad pone su atención en lo de fuera, en el
consumismo y las modas. La tradición, el conocimiento empírico de nuestras
generaciones pasadas, se pierde. El abuelo ya no es capaz de atraer al nieto
con sus historias; la tele, internet, son el centro de atención.
Incluso los académicos dedicados al estudio de la naturaleza
viven en ciudades en las que se infravalora las vivencias y el conocimiento del
hombre del campo. Por otra parte, el campo no es rentable. Las importaciones de
terceros países con precios con los que no se puede competir quitan más valor
aún a la vida rural. Nuestras leyes también impiden el desarrollo agrario; las
circunstancias sociales en las que se redactó gran parte de la legislación ambiental
que hoy aplicamos no tuvieron en cuenta la convivencia entre la naturaleza y la
población rural. El monte y el medio rural se gestionan con unas pautas urbanas
sin flexibilidad ni diálogo con sus habitantes, los campesinos. Incluso los
centros de gestión se alejan del campo; las casas forestales se vacían ya que
los guardas tienen horario de ocho horas y un vehículo que los lleva desde su
casa en la ciudad, con la consiguiente falta de contacto y dialogo con su
entorno. Gracias a las nuevas tecnologías las decisiones sobre el monte se
alejan; la fotografía aérea y los vehículos todoterreno permiten gestionar sin
acercarse siquiera a los paisanos que lo habitan. No se tiene en cuenta la
opinión, no se escucha a los que paradójicamente son los que viven más en
contacto con la naturaleza; ignoramos los conocimientos, las vivencias y
también ignoramos la complementariedad entre agricultura y monte.
Los bosques de nuestras islas han sobrevivido hasta la
actualidad porque han sido de utilidad a los campesinos. En la desamortización
del siglo XIX, fueron los campesinos los que se opusieron a la privatización de
los montes, uniendo fuerzas a los ayuntamientos. Solo los municipios de Fasnia
y Buenavista privatizaron sus montes.
Los planteamientos conservacionistas no pueden estar
alejados de los hombres del campo basándose en rígidas categorizaciones del
medio. La protección forestal, la paisajística, las líneas de separación entre
los ámbitos de distintas administraciones complican y confunden a los usuarios
del monte y a la propia administración.
Se rompen los aprovechamientos y los usos tradicionales sin
diálogo ni comunicación con la gente del campo, sin tan siquiera compensarlos o
indemnizarlos. Pongamos un ejemplo: un vecino de Llanito Perera en Icod de los
Vinos pidió autorización para cultivar papas en su parcela de dos mil
ochocientos metros cuadrados, con sus chamizos de madera y su aljibe
subterráneo. Solicitó talar unos pinos que habían crecido en los años que
estuvo sin cultivar y extender tierras para mejorar la existente. Una vez había
sembrado sus papas le llegó una sanción equivalente a más de noventa mil kilos
de papas, lo que es más de cincuenta años de cosecha. El motivo de ésta era la
sorriba ilegal de la parcela, sorriba que consistió en extender dos camiones de
tierra en su propiedad, y que las administraciones ni han expropiado ni
comprado.
Con situaciones como la presente la vuelta al mundo rural se
hace imposible en un territorio cargado de leyes y marcos de protección que
ignora totalmente al hombre y su cultura. Los numerosos casos como el
mencionado dejan en evidencia las leyes vigentes, que son agresivas hacia el
hombre del campo e incluso con la naturaleza que pretende defender. Tenemos que
rebobinar y volver a la gestión ambiental de antes; gracias al saber hacer que
históricamente imperaba en nuestros montes contamos actualmente con una de las
floras y faunas más ricas de Europa. Hagamos un marco legal sencillo, claro, y
al servicio de los hombres y la naturaleza.
El miedo ambiente hay que desterrarlo del mundo rural.
Necesitamos un pacto entre campesinos y resto de sectores sociales, tal y como
se hace en otros lugares, como en Menorca. Se debe suspender mientras tanto la
aplicación de sanciones según la legislación vigente, con el fin de redactar
nuevas leyes que tengan en cuenta la complementariedad entre naturaleza y usos
agrícolas.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 9 de Junio 2012