Nadie duda a estas alturas del siglo XXI que tanto la
cualidad como la calidad de las innovaciones dependen en buena medida del nivel
de instrucción de las poblaciones. Se llega así a la conclusión de que hay que
prestar a la educación la máxima prioridad a la hora de mejorar los factores
del crecimiento económico (incluyéndose ahora el crecimiento económico dentro
del desarrollo sostenible).
Innovación y educación han quedado así indisolublemente
unidas, y todavía más cuando se ha descubierto el potencial intelectual de los
grupos de población hasta hace poco desconsiderados.
Precisamente, llevar la instrucción hacia los grupos de
población desfavorecidos ha sido uno de los motivos de la aparición de las
escuelas taller y casas de oficios en el ámbito del país y, por tanto, de la
Comunidad Autónoma de Canarias. En nuestra comunidad se acaba de publicar en el
Boletín Oficial de Canarias la resolución por que se conceden subvenciones para
desarrollar proyectos de escuelas taller y casas de oficios. Se han aprobado
inicialmente unos 15 proyectos, a los que se va a destinar la nada desdeñable cantidad
de unos siete millones de euros para la formación de cerca de 500 jóvenes en
situación de paro. Hasta ahora todo perfecto, pero ¿para qué profesión van a
ser formados estos jóvenes? Seis escuelas taller serán para formación de
monitores de tiempo libre, deporte y turismo, cuatro para manejos de programas
informáticos, dos para jardineros, una para energías renovables, una para
acuicultura y casi una para agricultura ecológica. Es decir que tres cuartas
partes de las escuelas taller son para actividades no productivas y
dependientes del exterior (tiempo libre, deporte y turismo), mientras que sólo
el 25 por ciento está relacionado con actividades productivas y recursos
propios (y ello hilando muy fino porque también existe cierta dependencia
tecnológica respecto a las renovables y la acuicultura). Nada relacionado con
el sector agropecuario tradicional de las Islas, en un momento de extrema
crisis en el que existen tierras y aguas ociosas o abandonadas, mientras que
los ayuntamientos reparten bolsas de comidas a las familias desempleadas, no
sólo en las ciudades, sino también en municipios rurales y de histórica
importancia agrícola.
La pequeña Dinamarca, que ha sacado el máximo partido de las
posibilidades que su pobre suelo ofrece y su agricultura está
internacionalmente considerada como una de las más desarrolladas y
perfeccionadas del mundo, produce tres veces más alimentos de los que necesita.
¿Cómo lo consiguió? Aparte de la realización de una reforma agraria
estructural, la instrucción jugó un papel determinante. En este país nórdico,
la difusión de la enseñanza ha permitido a la agricultura alcanzar un alto
grado de perfeccionamiento y elevados rendimientos. Durante el siglo XIX tuvo
lugar un muy activo movimiento de instrucción de las masas campesinas,
impulsado por la Iglesia y en particular por el pastor Nicolai Grundtvig,
fundador de las altas escuelas populares, que dieron a los campesinos, más allá
de toda preocupación en materia de exámenes, una formación cívica, económica y
cultural. La primera de ellas fue creada en 1844, y sobre el mismo modelo
fueron luego fundadas escuelas de agricultura. La Escuela Real de Veterinaria y
Agricultura de Copenhague, 32 escuelas superiores de agricultura y 25 granjas
escuela experimentales imparten actualmente enseñanza técnica y económica a
miles de alumnos, y numerosos consejeros agrícolas diplomados están a
disposición de los agricultores. ¿Quién dice que con la agricultura no se puede
llegar al desarrollo o mejorar la calidad de vida de millones de habitantes? En
un momento en que la dependencia exterior y la terciarización de las Islas ha
llegado a los índices más altos de su historia, se debe retomar
estratégicamente el concepto de recurso endógeno y actividad productiva, y la
tierra para la agricultura y la ganadería lo son, junto al conocimiento
empírico de nuestros agricultores tradicionales, para transmitir al menos a
algunos de nuestros jóvenes un acervo cultural y patrimonial para mejorar la
producción de alimentos y, de paso, mejorar la gestión del medio ambiente, hoy
totalmente separada de las poblaciones rurales.
Wladimiro Rodríguez Brito y Víctor Martín Martín son
Profesores de Geografía en la Universidad de La Laguna
DIARIO DE AVISOS, 23 de Junio 2012