Este viernes hemos asistido a la presentación del libro Los
montes de Tenerife, un trabajo realizado por Juan Ramón Núñez, Francisco
Quirantes, Ana Viña y Domingo García Mesa, a quienes felicito por su magnífica
labor. Nos encontramos, sin lugar a dudas, ante la obra más completa que se ha
escrito hasta el momento sobre los montes de Tenerife. En dos tomos, que han
sido financiados por el Cabildo de Tenerife, en colaboración con la Facultad de
Geografía e Historia de la Universidad de La Laguna, se recogen más de 500 años
de historia de los montes, con una amplia información sobre cada espacio del
territorio durante este periodo.
A lo largo de la obra descubriremos que las crisis económicas son las peores
enemigas del medio ambiente, como sucedió tanto en el siglo XVIII -crisis del
vino-, como en el periodo de las posguerras, donde nuestros montes fueron
prácticamente arrasados. Ya desde el siglo XVI se produjo una deforestación en
Tenerife, puesto que el monte era un elemento básico en la economía y estaba
presente en todas las actividades. Esto produjo una lucha en las zonas
forestales, ya que unos querían la tierra para pastoreo y cultivo y otros para
su aprovechamiento directo y sus usos: carbón, brea, canales para conducción de
aguas, combustible para los ingenios y, sobre todo, madera para la construcción
de barcos. Otro aspecto que hay que destacar de manera rotunda es que de todos
los ciclos económicos que hemos tenido en Canarias desde la Conquista -caña de
azúcar, viña, cochinilla, plátanos y tomates y turismo-, los únicos que no han
sido agresivos con el monte han sido la cochinilla y el turismo. El resto
tuvieron incidencia en nuestros montes porque fueron demandantes de madera.
Así, ya desde 1520 se establecen medidas de limitación en las talas forestales
dada la pérdida significativa que estaban sufriendo los montes por la demanda
de los ingenios azucareros. En ese mismo marco, hay que señalar el ciclo de la
viña, donde las demandas de orquetas y varas para las vides dieron lugar a una
de las mayores crisis forestales de la Isla. Se calculaba que cada año se
demandaban más de 10 millones de orquetillas. La construcción de barcos tuvo
una incidencia similar. Se estableció alejar las zonas de construcción de las
zonas más pobladas hacia las bandas del sur, en particular entre Agache y
Abona, y hacia Icod y Garachico, dada las enormes exigencias de brea para
calafatear los barcos e incluso se exportó durante más de 200 años hacia el
exterior, principalmente hacia los puertos de Amberes y Lisboa. En ese sentido,
hay que destacar la enorme demanda de palo blanco, mocán y laurel. En algunos
montes de laurisilva quedaron casi extinguidos los palo blancos, dado que esta
madera era fundamental para la construcción de la quilla, los costillares y la
rada porque eran resistentes a la broma (molusco tropical que atacaba la
madera). Esto provocó que se establecieran limitaciones a la tala de árboles en
las zonas de laurisilva.
En una lectura de los montes de Tenerife hay que situar que este territorio y,
en particular, las zonas forestales han estado cargadas de tensión porque, ante
las crisis económicas, los campesinos desheredados y las ambiciones de los
grandes propietarios agredieron de manera importante los montes, tanto para
buscar nuevas tierras para cultivos y leña para cocinar, como para extender las
fincas de los terratenientes de la Isla. Es en este marco en el que hay que
situar el ataque a los terrenos baldíos, el sistema de roza para buscar nuevas
tierras de cultivos y las apropiaciones de montes concejiles -gestionados por
el Cabildo- que se produjo ante la tardía delimitación de los montes públicos o
comunales y las fincas privadas. Hay que señalar que a finales del siglo XIX
faltaba por amojonar numerosas fincas y que la Hacienda Pública quería, a
través de las leyes de desamortización, obtener ingresos por la venta de los
territorios forestales. Valga como ejemplo que en la desamortización de Madoz
se vendió casi el 11% de la superficie de la Isla, más de 20.000 hectáreas,
solo de terrenos baldíos. Los ayuntamientos nacidos tras las cortes de Cádiz
jugaron un papel fundamental frenando la apropiación particular de gran parte
de los montes de la isla, dado que había una filosofía de privatizar los
montes. Gracias a esta situación, los montes de propio, los que ahora son
públicos, significan un porcentaje importante en Tenerife. En este marco, hemos
de plantear que hoy en día no sólo tenemos la mejor superficie forestal que ha
tenido la Isla en los últimos 500 años, sino que el Cabildo ha incorporado en
la última década y media un patrimonio de suelo público de más de 3.000
hectáreas. Valga como referencia que sólo en la Isla Baja se han incorporado
más de 600 fanegadas de monte. “Quien olvida su historia está condenado a
repetirla”, dijo Santayana. Los animo a consultar esa magnífica obra.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 29 de Octubre 2011