Hay días en los que nos cuesta redactar unas líneas sobre el
campo que ayuden a sembrar el optimismo en el sector, que sirvan para animar a
nuestros jóvenes y nuestros mayores a acercarse a este modo de vida, máxime en
los tiempos que vivimos. Y es difícil en momentos como los actuales, en que nos
encontramos con situaciones lamentables: no sólo la UE reduce las partidas
económicas para la agricultura, sino que, además, nos inundan con productos con
arancel cero o agrarios excedentarios e incluso de procedencia discutible
(papas de Malta o papas a 5 euros los 25 kilos). Pero igualmente preocupante es
que las autoridades locales no actúan con la necesaria energía para arañar lo
poco que aún tiene comprometida la UE con nosotros. Y me refiero,
concretamente, al plan de ayudas agroambientales europeo. Este plan tiene una
partida de unos 50 millones de euros para el presente año y esta es la fecha en
la que aún no se han convocado dichas ayudas. Tengamos presente que el 85% de
ellas las pone la UE y el resto, el 15%, las administraciones de Madrid y
Canarias, con un 7,5% cada una.
Sabemos que estamos en una situación económica difícil en la que hay que
establecer prioridades y que los problemas que surgen día a día son muchos, sin
embargo el campo, que en las épocas de la bonanza fue minusvalorado y se llevó
la peor parte, se convierte ahora en un sector estratégico, capaz de generar
puestos de trabajo y garantizar alimentos. Si nuestro sector agrario debe ser
ahora prioritario, no parece razonable que tengamos en el congelador una
partida de 50 millones de euros para nuestros agricultores porque haya
dificultades para poner encima de la mesa los seis millones a aportar por las
administraciones local y estatal, para garantizar, perdonen la reiteración, 50
millones para el sector primario canario. Permítanme hacer una breve
descripción del objeto de este plan, de la utilidad de estas ayudas. Su
finalidad es apoyar y potenciar las prácticas agrarias y ganaderas
tradicionales. Y no lo hace desde un planteamiento nostálgico o romántico, sino
basado en el enorme potencial económico que poseen, en su utilidad para salvar
variedades y especies, que no sólo preservan nuestra biodiversidad, sino que
son nuestra mayor riqueza productiva, variedades y especies que sólo el mercado,
en este momento, no ayuda a preservar. Pero es que, además, defendiendo
nuestras prácticas agroganaderas tradicionales, defendemos nuestra calidad
alimentaria, nuestra cultura y un paisaje de ayer y de mañana. Así, la vaca del
país, La Geria en Lanzarote o distintas variedades de trigo son valores que
hemos de conservar. Pero es que, además, estas ayudas están destinadas a la
agricultura ecológica, a la incorporación de jóvenes. Hoy, más que nunca,
tenemos que ser conscientes de que los programas de desarrollo rural son
semillas básicas que no podemos dejar perder. Se está perdiendo un tiempo
precioso, tal vez debido a esa jungla de papeles y burocracia en la que nos
hemos metido. Pero aún estamos a tiempo de corregir el rumbo.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 15 de Octubre 2011