Septiembre es un mes adecuado para hablar de la viña y los
campesinos que cuidan esa planta, porque septiembre es vendimia. Por ello,
hemos hecho numerosas visitas con los alumnos a los viñedos de Tenerife. Me
detengo en el Norte, a fin de estudiar la problemática de una de las zonas que
ha sido referencia emblemática en muchos años, por producir los mejores vinos
del Norte. Las condiciones físicas de la comarca, suelos ricos y húmedos, con
una orientación hacia el poniente, hacen que esta zona tenga unas
características propias del sotavento insular en cuanto a horas de sol, tema
clave para la calidad de los vinos.
Riquelas es un topónimo que se asocia al
antiguo propietario del lugar, Antonio Riquel de Angulo, que ya en el siglo
XVIII edificó una casa emblemática en el número 15 de la calle de La Carrera de
La Laguna. Hoy, afortunadamente para los agricultores de la zona, las tierras
pertenecen mayoritariamente a quienes la cultivan, cosa a la que se le
incorpora un valor añadido por el saber hacer de esos paisanos y el esmero con
el que cuidan sus campos. En los últimos años, se ha pasado de un sistema de
cultivo en parrales a las conocidas espalderas. Así es porque, mientras la viña
anteriormente se recogía una vez terminada la cosecha al pie de los ribazos
para sembrar papas o manchón o leguminosas, ahora hemos pasado a su
monocultivo, en tanto se han perdido los demás cultivos de secano y la
ganadería complementaria. Por ello, en estos momentos, hay una devaluación de
la cultura tradicional de los secanos en las medianías de Tenerife, por la
dependencia que hemos tenido de la construcción y los servicios, cosa que la
degradó de manera significativa. De manera que, en estos momentos, un alto
porcentaje de las tierras de Las Riquelas son tierras de baluto y, en
consecuencia, tenemos una situación nueva para los agricultores que aún las
labran. En las tierras no cultivadas crece la maleza, es decir, zarzas,
helechos, hinojos… Eso genera peligros serios para la agricultura del entorno,
por los posibles incendios en los veranos (como pasó en la montaña de El
Pastel, en El Sauzal) y por la propagación de plagas, sobre todo ratas,
lagartos, mirlos…, así como la producción de cenizas en los viñedos
abandonados, etcétera. La crisis en Las Riquelas, y en otros puntos del Norte,
no sólo tiene que ver con el deterioro de la rentabilidad de los productos
agrícolas, sino, sobre todo, con el deterioro ambiental y social de la
agricultura. Hoy Las Riquelas tiene otra lectura, por el importante deterioro
dicho, más el deterioro que acarrea el dicho abandono. Es indudable que hoy Las
Riquelas y los viñedos en Tenerife han de entrar en otra lectura ante la
situación socioeconómica que vivimos. Pues es difícil entender que, en una
tierra que apenas produce menos del 30% del vino que consumimos y en la que
tenemos miles de parados, el campo y la autoalimentación puedan continuar por
los parámetros actuales. Por ello hemos de apostar por una agricultura
sostenible, por una política ambiental y social que penalice las fincas sin
labrar y asocie las prestaciones sociales de los parados, al menos en el campo,
con cultivos y trabajos productivos. Es en este marco en el que estamos en la
obligación de tomar medidas para incorporar las tierras balutas a los cultivos,
además de incorporar a los jóvenes a la sabiduría popular de nuestro mundo
rural, para que no se deterioren los puentes entre el conocimiento empírico de
nuestro mundo rural y los jóvenes, en eso que llamamos sustitución
generacional, tan importante en el campo y la agricultura.
Wladimiro Rodríguez
Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 1 de Octubre 2011