domingo, 27 de junio de 2010

Sol en la era y agua en la higuera


TODOS los días encontramos en los caminos de la vida reflexiones que nos hacen leer nuestro pasado, en las que no sólo vemos las arrugas en la piel y los achaques de los años, sino algo que es peor: lo poco que hemos aprendido en la escuela de la vida. Queremos naturaleza y a la vez disfrutar de todas las comodidades de la sociedad de consumo, de tal manera que queremos coches, pero no carreteras; alimentos naturales y campos cultivados, pero le tenemos alergia al sacho; electricidad pero no cables, torretas ni centrales que contaminen; llamamos buen tiempo cuando el sol nos invita a la playa. En resumen, todos son derechos y albergamos muchas dudas de si tenemos obligaciones.

En una palabra, el lenguaje está cargado de incoherencia en una sociedad que ha perdido el sentido común, entre otras cosas porque hemos artificializado la vida y, en consecuencia, queremos hacer lo mismo con la naturaleza. Lo peor de todo es que se ha globalizado el modelo a nivel planetario, de tal forma que hoy en día más del 50 por ciento de la población mundial vive en ciudades y lo rural está en crisis. Este modelo "funciona" consumiendo 88 millones de barriles de petróleo al día.
Hemos pensado que la tecnología y la industrialización lo resolvían todo, incluso que la agricultura y la ganadería la íbamos a realizar por medio de transgénicos, fertilizantes caros y máquinas milagrosas, o creando animales artificiales como la oveja "Dolly"; en definitiva, producir alimentos sin agricultores ni ganaderos. En este espejismo hemos vivido los últimos años.
Pretendíamos que el campo pasara de ser un lugar de producción de alimentos a algo residual dedicado a la contemplación. Como podemos poner en nuestra mesa alimentos producidos en territorios tan alejados como los kiwis de Nueva Zelanda o los arenques de Terranova, ¿para qué preocuparse entonces de los almendros de Santiago del Teide o de las higueras de El Hierro? Ahora,los cuidadores de la naturaleza conocen los nombres de las plantas en latín y la localización de las mismas por GPS: ¡cuánta sabiduría tenemos! Pero no conocen nada apenas del mundo rural, de la sociología del hombre del campo, de sus problemas, en definitiva, de la naturaleza de los que llevan gestionando el mundo rural desde el Neolítico hasta ahora.
En estos tiempos, como somos "tan listos", despreciamos la sabiduría acumulada durante muchas generaciones por nuestros campesinos y les dictamos, desde la ciudad, las normas de cómo gestionar el mundo rural. Ahora son los arquitectos y demás gremios urbanitas los que marcan las pautas a seguir, aplicando criterios del mundo urbano. Valga como ejemplo que un pobre campesino para levantar un portillo de pared caído de un huerto, transportar un camión de tierra para hacer un cantero, o instalar un riego por goteo para ahorrar algo de agua, requiere de un proyecto técnico y múltiples autorizaciones que implican a más de seis departamentos de las distintas administraciones, con los consiguientes costes económicos, de tiempo y de salud. Por otra parte, si se le ocurre hacer cualquiera de estas infraestructuras en algunas de las tantas categorías de suelo rústico que hemos inventado, se le aplica el Código Penal y puede pasar de ser un ciudadano honrado y trabajador a ser un vulgar delincuente.
En este estado de cosas, tampoco una pared puede superar los tres metros de altura, con lo que los "machu-pichu" de La Gomera serían hoy en día un atentado paisajístico. Es más, los estanques para riegos en las zonas de protección han de ser desmontables -de chapa-, cuando todos sabemos que los estanques de hormigón y piedra impactan menos y son más económicos. En esta línea de marco legal que hemos creado, nadie en jardinería, en su sano juicio, planta flora autóctona por la dificultad que ponemos desde la Administración para trasladar alguna de estas plantas en caso de que haya que moverla del lugar donde se plantó.
En una palabra, se ignora y se margina el derecho consuetudinario, tan importante en la vida local, cargado de sabiduría popular en el que sistema del error-acierto tanto ha puesto en el mismo. Ahora hemos puesto sobre el territorio un aluvión de leyes y teorías totalmente alejadas de la realidad a la que dicen proteger. Con teorías como la del "bosque potencial", que según los sabios no se puede tocar porque fue ocupado por monte antes del siglo XVI y, en consecuencia, lo ideal es que lo vuelva a ocupar el monte aunque ahora esté ocupado por tierras de cultivos e incluso casas.
No es fácil gestionar el territorio en el que vivimos, con dos millones de personas, y con un nivel de protección teórica sobre la mitad del mismo; máxime cuando las teorías existentes son un canto a un mundo bucólico de una Arcadia feliz que dudamos que haya existido alguna vez ni en Grecia ni en otros puntos del planeta.
Necesitamos con urgencia parar los procesos vigentes de expedientes en suelo rústico en una moratoria temporal que analice con otra visión lo que podemos hacer en dicho suelo, atendiendo pautas del lugar tanto en aspectos sociales como ambientales, facilitando y apoyando al ciudadano que de verdad quiera trabajar el campo y actuando de forma contundente contra aquellos que hacen infraestructuras en suelo rústico para ir el fin de semana a hacer la barbacoa con carne importada del Brasil y que son incapaces de sembrar una col o cuidar una gallina.
Esta moratoria que proponemos debe devolver al campo y a sus gentes una tranquilidad y serenidad que ahora sufrimos con numerosos interrogantes los que tenemos un compromiso con el mundo rural. El campo en estos momentos puede ser una alternativa para muchas familias y no puede seguir bajo una maraña de leyes que en la mayor parte de los casos son inaplicables y, en otros, totalmente contradictorias. Sol en la era y agua en la higuera: gestionar un territorio con 2 millones de habitantes en un equilibrio ambiental requiere un debate permanente, vivo, es algo más que un código de leyes salidas de un despacho sin apenas reflexión en la vida diaria.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 27 de Junio 2010