LA PASADA semana, la naturaleza nos ha dado una lección y
nos ha recordado lo poco que sabemos de nuestro territorio, y lo que es peor,
lo mal que tratamos la sabiduría popular, porque ya dice un proverbio popular: cuando
del Este llueve las piedras mueve. Aunque parezca contradictorio, la borrasca
entró por el Suroeste y el anticiclón que estaba sobre las islas orientales y
África hizo que retrocediera y entrase de Noreste.
Hagamos una breve descripción del fenómeno para entender lo
sucedido. En el Valle de La Orotava entró del Noreste y descargó 185 litros en
Las Llanadas al chocar con la Ladera de Tigaiga, mientras que en Aguamansa, al
Este, dejó 94 litros. Sin embargo, en Izaña, a más de 2.000 metros de altura,
apenas cayeron 0,6 litros, produciéndose la descarga en la mitad de la ladera
(día 16 de noviembre durante tres horas de tarde). El anticiclón sobre El
Sahara frenó el avance hacia el Este y la masa del aire húmedo volvió hacia
atrás, chocando con la ladera y descargando en la zona media. A esto hay que
añadirle que el viento no la empujó ni tan siquiera hacia la cumbres,
localizándose el centro en la descarga entre Santa Úrsula y La Guancha, aunque
alcanzó desde Anaga a Teno, dejando fuera de la zona de influencia las cumbres
y todo el sotavento de la Isla, exceptuando una pequeña entrada al Valle de
Güímar.
Otro factor importante en dicho episodio fue la falta de
lluvia en todo el otoño, lo que ha provocado una carencia de cobertura vegetal,
y en consecuencia, una mayor capacidad para la erosión, sobre todo, en los
suelos labrados, faltando en la mayoría de los casos prácticas de antaño ahora
olvidadas, como el mantenimiento de tornas o sangradera en las huertas
cultivadas, setos o vallados con vegetación en los ribanzos o ribazos, o bien
levantamientos de pared en las nuevas huertas sorribadas, etc. Nuestra
orografía y sus pendientes y un territorio densamente poblado hicieron el
resto.
Es posible que la memoria histórica contribuya a un mejor
uso del territorio. Tanto en la riada del 31 de marzo de 2002 en Santa Cruz,
como ahora en el Norte de la Isla, hemos de analizar situaciones que salen
mejor paradas, como son Igueste de San Andrés, que apenas afectó a las
viviendas el 31 de marzo. Posiblemente en este caso hubo un mayor respeto a los
consejos de los viejos del lugar a la hora de ubicar las viviendas en la vera
del barranco. Sin embargo, ¿se produce dicha situación en La Guancha? Los guancheros,
que sufrieron el aluvión del 7 de noviembre de 1826 con más de 57 vidas por la
riada, tal vez aprendieron a localizar el pueblo en el núcleo más alto
protegido de los barrancos.
Ahora nos toca analizar el puente de la autovía del Norte, a
la altura del pueblo de San Juan de La Rambla. Debemos plantear si es el
adecuado para un barranco que nace en la Fortaleza a 2.100 metros de altura y
que se colmató de grava en las lluvias caídas, sólo en la cuenca media y baja.
Esta situación debemos analizarla también en el Valle de La Orotava y Los
Realejos, sobre todo, el barranco de la Raya y sus incipientes afluentes,
apenas encauzados; o lo que ocurre en la autopista en el Valle, en particular
entre Las Arenas y el Mayorazgo, con problemas serios en la canalización de los
barrancos.
En todos los casos, hay que señalar que tenemos 5.000
kilómetros de barrancos y que es imposible que ninguna Administración pueda
tener barridas esas cuencas, no sólo ya por un tema de costes, sino porque la
naturaleza es caprichosa, pues en los barrancos de La Chaurera, Obismo y Mesa
se habían hecho importantes obras de limpieza y mejoras de cuenca tras el
incendio de 2007. Sin embargo, el agua estuvo a punto de anegar todo el casco
de San Juan de La Rambla sólo con las precipitaciones en la zona baja. No
queremos pensar lo que habría ocurrido si las mismas se hubiesen producido en
las cumbres y en horas de la noche.
Por lo tanto, la naturaleza nos obliga a ser más humildes y
responsables. Los barrancos los limpiaba antes la actividad humana y, aún así,
daban problemas, como ocurrió en 1826, cuando murieron unos 300 vecinos de la
Isla con una población que seguramente no era ni el 10% de la actual. Pongamos
como ejemplo lo que ocurría con los arundo dónax cañaverales. Antes los limpiaban
los campesinos para múltiples usos, incluidas las cañas para pescar, y ahora
las compramos en las tiendas de deportes y demandamos que papá o mamá
Administración barra los barrancos cada mañana.
Todos somos hijos del medio ambiente y ahora parece que sólo
nos valen unas leyes hechas con una cultura de despacho para gestionar la
naturaleza, con unos supuestos defensores que ignoran gran parte de lo que
ocurre en el territorio y que ponen limitaciones al levantamiento de una pared,
o incluso a la eliminación de vegetación por planteamientos supuestamente
proteccionistas, como de hecho nos ha ocurrido hace poco, con el corte de
tabaibas, como plantas protegidas de la flora vascular. Aprendamos la
lección, ya que, aunque algunos no lo crean, hemos tenido mucha suerte en esta
ocasión.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 29 de Noviembre 2009