domingo, 13 de diciembre de 2009

De Vilaflor a Copenhague: magos en vía de extinción


EN LOS TIEMPOS que vivimos, con frecuencia miramos hacia fuera esperando solucionar la problemática de cada día y lo próximo; lo de casa apenas cuenta. La globalización, la moda, lo que nos brindan los grandes medios de comunicación y el ordenador es lo que marca la pauta, y aquí, en Canarias y Tenerife, nos preocupa la flora y la fauna y la supuesta naturaleza salvaje. Sin embargo, lo que ocurre en el medio rural tiene pautas de naturalistas contemplativos que casi nunca quieren entender los problemas y demandas de los que hacen surcos y levantan paredes en lo que queda del mundo rural.

Así, por ejemplo, descorchar una botella de vino o cocinar las papas no lo asocian al territorio, a los hombres y mujeres que lo viven y sufren en el medio rural, a esos jardineros de los que nos quedan en una isla en la que la naturaleza tiene un gran componente de lo que el hombre ha hecho desde la noche de los tiempos, mucho antes de que inventaran un sinfín de leyes que dicen que "protegen" todo lo natural; leyes que, sin embargo, olvidan la agricultura y, en consecuencia, algo básico no sólo en la alimentación, sino también en el mantenimiento de los equilibrios naturales en un medio antropizado como el nuestro.
De esta forma, mientras en Copenhague se habla del cambio climático, aquí los agricultores siembran papas y azufran las viñas, limpiando las huertas de jable y maleza y, por consiguiente, retirando combustible que propaga los incendios en nuestros montes. Estos campesinos no sólo tienen que luchar contra la sequía y con la naturaleza, ya que se requiere un gran esfuerzo para preparar las huertas -sorriba, jable, agua- sino también lo que es peor, competir con importaciones de papas, vino e incluso plagas de países como Egipto, Israel, Marruecos o Inglaterra, que se producen en otras condiciones agrícolas con las que no podemos luchar. Sin embargo, parece que lo importante aquí es proteger la flora y la fauna.
Por ello, en Vilaflor, como en tantos puntos de Canarias, los campos antaño cultivados ahora son ocupados por matorrales de gran capacidad de combustión que entrañan peligro para la población y para la defensa de nuestros montes. Así, en las islas se ha pasado de cultivar más de 15.000 hectáreas de papas en los años ochenta a algo menos de 4.000 en la actualidad. De esa cantidad, la mitad la pone Tenerife, pero no llega a cubrir ni un 30% de la demanda interna de papas, puesto que los precios actuales de mercado no cubren ni tan siquiera los costes de producción. En contadas ocasiones les han pagado a los agricultores 0,30 euros por kilo, de tal manera que ahora en Vilaflor, en época de la recolección, tienen un volumen importante sin vender, mientras que las islas consumen unos 10 millones de kilos mensualmente y han pagado por una pipa de agua para riego unos 0,32 euros. En estas circunstancias, le pedimos al alcalde que saque un bando obligando a la limpieza de las huertas balutas por riesgo de incendios y éste responde, con razón, que cómo les va a pedir a los campesinos que limpien las huertas con los precios a los que están pagando las papas.
En este estado de cosas, no es mucho lo que podemos esperar de Copenhague si aquí continuamos con la casa sin barrer. Es decir, la agricultura es algo más que mercancía; el campo es también vida digna para sus gentes y papel ambiental y cultural. En Dinamarca no se discute el cambio climático "asumido por todos", sino el reparto de sus consecuencias y los costes que debemos asumir. Aquí también debemos debatir el modelo de futuro y sus costes; si importamos papas con costes de transporte y frío, no sólo contaminamos más -emisión de CO2- sino que también perdemos puestos de trabajo y aumentamos los riesgos de incendios. Eso también cuenta en el cambio climático, ya que en Tenerife estamos dejando de labrar más de 3.000 hectáreas de papas.
Ante los actuales acontecimientos de pérdida de actividad agraria y crisis de valores del mundo rural, en la que todo lo que tiene que ver con la flora y la fauna está protegido y los agricultores y el mundo rural continúan en precario, tal vez sea la solución declarar a los magos como especie en vía de extinción y, en consecuencia, protegerlos, al menos, igual que a los sebadales, los lagartos y las palomas rabiches.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 13 de Diciembre 2009