ESTA SEMANA nos ha dejado don Tomás Rodríguez, conocido por
todos como "Tomás el Guarda", persona ilustre que incluso se
encuentra en la topografía isleña, ya que tenemos una pista forestal con su
nombre. Estas letras quieren ser una breve referencia de una persona que tuvo
responsabilidades a pie de obra de lo que aconteció en los montes de Tenerife
en los últimos sesenta años. Sin lugar a dudas, el período más dinámico de
cuantos conoce la piel de la Isla picuda.
Don Tomás participó en la dura lucha por la reforestación de
amplias zonas en las cumbres de la Isla, en la que la disputa por el espacio
entre pastores y aprovechamientos vecinales de los montes entraba en conflicto
con la política forestal, que también juega un papel social, puestos de trabajo
en la reforestación, unido a los aspectos ambientales en la recuperación de la
cubierta forestal.
Una dimensión humana de un hombre comprometido con su tierra
y su gente, en la que en todo momento supo compaginar los aspectos ambientales
y sociales en tiempos difíciles y con serios problemas sociales, en los que
dominaba el autoritarismo de ordeno y mando y en los que el monte era parte del
sustento de un amplio sector de la población.
Don Tomás deja elementos permanentes de comunicación entre
los vecinos y la naturaleza. Unido a ello, hizo una escuela en un amplio
colectivo de trabajadores de medio ambiente, sembrando cariño y buen hacer en
los profesionales que se dedican a las labores forestales. Hizo de todo, desde
plantar pinos, hasta marcar y diseñar pistas forestales y áreas recreativas.
Las últimas dirigidas por él fueron La Marzagana y el Montito, a finales de la
pasada década, en la que toda la obra fue diseñada y dirigida bajo su
responsabilidad.
Por ello tuvo una amplia participación en lo que hoy es
Medio Ambiente, algo más de 50 años, comenzando como responsable del Vivero
Forestal, en Fuentes de Mesa primero; La Laguna después, una obra puesta en
marcha por don Francisco Ortuño, y a la que le dan continuidad Isidoro Sánchez,
Marcos Peraza y José Miguel González y un amplio equipo de técnicos y
trabajadores que cambiaron la piel de la Isla con una labor encomiable.
Plantaron en canutos de caña millones de pinos que hoy aportan vida, sombra y
agua en amplios espacios de las cumbres de la Isla deforestadas, entonces
desprovistas de árboles y en las que la entrega, el trabajo y el cariño al monte
hicieron posible la recuperación de la naturaleza de la Isla, en la que la
recuperación forestal, la construcción de pistas forestales y la utilización
económica del monte eran posibles.
Don Tomás, como hombre de las medianías, recorría parte del
territorio caminando. Entendía la naturaleza y las demandas vecinales, con
lectura de la escuela de la vida. Por ello no separó el monte de lo que
demandan los vecinos de las necesidades cotidianas de sus problemas. Los temas
ambientales no los podemos tratar separados de las demandas de los moradores de
los territorios próximos. Don Tomás perteneció a la última generación que
conocía el monte caminando, convenció con su comportamiento y su palabra, creó
escuela, aunque vivió una época autoritaria, y sembró un mensaje no sólo de
palabra sino, sobre todo, de compromiso con la naturaleza y las personas.
Hoy, en los tiempos que corren, tenemos una maraña de leyes,
luchas alejadas del campo y de su problemática, leyes y papeles que los alejan
de los paisanos, de los campesinos, sobre todo porque usamos demasiado el
todoterreno con horario de convenio. Don Tomás y su generación no conocieron
convenios y en muchos casos estuvieron trabajando sin tan siquiera Seguridad
Social. En una palabra: la Isla que tenemos debe mucho a personas como don
Tomás, que dio lo mejor de su vida para que la Isla del siglo XXI tenga el
mejor vestido forestal que ha conocido en los últimos quinientos años.
Sean estas líneas de agradecimiento a un rico colectivo que
no sólo plantó árboles en canutos de caña de importación, millones de árboles
que hoy nos dan sombra y felicidad, sino, sobre todo, que nos ha dejado una
cultura del trabajo del sacrificio de la solidaridad en la que el monte y las
papas bonitas eran compatibles. Aún estamos a tiempo de rescatar parte de la
cultura social y ambiental de don Tomás, Francisco Ravelo, Balbino y un largo
etcétera de hombres sabios que nos han enseñado que la humildad y la sencillez
son herramientas básicas en la vida y, por supuesto, en el medio ambiente.
La más sincera condolencia a la familia.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 20 de Septiembre 2009