PASADOS LOS DÍAS en los que hemos celebrado unas
fiestas cargadas de familiaridad, espíritu de concordia y amistad, debemos
plantearnos qué hacer en este nuevo año ante una situación económica que nos ha
sorprendido a casi todos. Parece claro que el modelo económico que ha dominado
en nuestro entorno en los últimos 30 años se enfrenta a numerosas dificultades;
todos teníamos asumida la relación entre crecimiento económico y bienestar y
habíamos olvidado la narración bíblica de años de vacas gordas y años de vacas
flacas. Después de tantos años de bonanza, varias generaciones de canarios
habían asumido que el pasado sólo había que dejarlo en los museos, y que
austeridad, economía de subsistencia, respeto al sector primario, etcétera,
habían quedado atrás para siempre.
El modelo económico en el que han vivido en los últimos años
Europa Occidental, Japón y Estados Unidos parece que tiene graves problemas,
entre otras razones, por el uso y disfrute de los recursos del planeta,
distribuidos de manera injusta, pues poco más del 10% de la población del
planeta se había apropiado de algo más del 80% de los principales recursos. Por
ejemplo, de los 86 millones de barriles de petróleo que se extraen diariamente
en todo el mundo, corresponden unos 2 litros por habitante y día a repartir
entre todos los habitantes del mundo; sin embargo, en el primer mundo
consumimos más de 10 litros por habitante y día.
Esta situación se ha complicado en los últimos años con la
irrupción de los llamados países emergentes (Brasil, China, Rusia, etcétera),
que en un mundo dirigido sólo desde el mercado y sin una intervención clara de
los Estados, ha contribuido a generar la situación de crisis que todos
conocemos, con escándalos financieros y falta de credibilidad del modelo
económico que se ha implantado en todo el planeta tras la caída de la Unión
Soviética.
Es en este marco complicado y confuso en el que tenemos que
plantearnos las prioridades políticas y sociales en este naciente 2009, en el
que muchas cosas han de cambiar no sólo en cuánto consumimos, sino en cómo lo
hacemos. Este nuevo año parece que va a hacernos reflexionar sobre el uso y
conservación de los recursos. Los aspectos ambientales, económicos y sociales
no pueden ni deben estar apartados en un territorio en el que vivimos más de
dos millones de personas y en donde hemos de mirar con más cariño las cosas de
casa.
En estos momentos las políticas económicas que realiza la
administración central, autonómica y parte de las administraciones locales
están centradas en crear empleo para la mano de obra que hasta ayer estaba en
la construcción y en el sector servicios, resolviendo un problema social grave
a corto plazo. Sin embargo, apenas se están planteando temas estructurales que
generen riqueza y estabilidad social a medio y a largo plazo.
Hemos de establecer medidas que potencien actividades
productivas y fomenten los recursos locales y nos haga menos dependientes del
exterior. Así, por ejemplo, hemos de pensar en cómo reactivar el sector
primario, poniendo en marcha tierras ociosas que generen alimentos para nuestra
población y que a la vez den estabilidad en numerosos núcleos rurales y que,
por otra parte, sean factores ambientales de limpieza y reactivación de zonas
que en los largos veranos de estas islas generan potenciales problemas de
incendio. En este marco, la formación profesional y la cultura del territorio,
la sabiduría popular devaluada por modelos importados y la dignificación de los
hombres y mujeres que se acercan a la agricultura y a la ganadería, nos puede
generar no solamente mejoras sociales y económicas, sino también reducir
nuestra dependencia del exterior.
En estos momentos, la única administración que está
realizando una serie de obras significativas en las medianías -papas, frutales,
redes de riego, caminos de acceso al medio rural- es el Cabildo, por lo que
sería razonable que las demás administraciones complementen o potencien esta
labor realizada en los últimos años.
Por otro lado, ante la actual situación de importación de
alimentos en Canarias y la llamada libre circulación en la Unión Europea, se
debe tomar una serie de medidas de protección para las producciones locales
ante un comercio internacional agresivo que nos ha desplazado con importaciones
en algunos casos en sistema "dumping" y en otros con salarios de
hambre en los países de origen, arruinando nuestro sistema productivo. Sirva
como ejemplo las papas de Egipto, importadas a lo largo del 2008, que han
dejado a nuestros agricultores con precios ruinosos de 30 céntimos de euro el
kilo, con los que claramente no se puede competir.
Parece claro, pues, que hemos de prepararnos para una nueva
época en la que los modelos basados en el crecimiento económico y el consumismo
y derroche de los recursos deberán pasar a uno más austero, sostenible y más
solidario, ya que es imposible que los 6.700 millones de personas que viven en
este planeta tengan como modelo el de las clases medias del mundo occidental.
Así, tiene que haber un equilibrio entre Estado y mercado público y privado,
porque la administración no puede estar sólo para rescatar náufragos, como ha
ocurrido con la Banca.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 11 de Enero 2009