El lunes pasado se ha producido una situación muy dramática:
un ganadero del Valle de La Orotava ha terminado con su vida. Vivimos una
situación de tensión continua propia de una sociedad cargada de problemas.
El
marco de leyes que hemos creado hace imposible que el mundo rural conviva con
la presión urbana. En un territorio en el que vivimos quinientos habitantes por
kilómetro cuadrado y con más de la mitad declarada como espacio protegido se
deja muy poco lugar para los agricultores y los ganaderos. Las leyes están
hechas en un marco urbano con planteamientos que ignoran el mundo rural y sus
problemas, estableciendo separaciones entre la ganadería y la población a todas
luces imposible de cumplir. En otros casos las leyes hablan de polígonos
ganaderos como si se tratara de poner fábricas de tornillos en el medio rural,
es decir, instalaciones separadas de la zona donde viven agricultores y
ganaderos. Esto es imposible ya que las urbanizaciones de viviendas han nacido
y crecido como hongos en la atomizada geografía insular. Este ganadero
desgraciadamente sufrió una grave situación de tensión en los últimos meses
debido a los problemas de alimentación de los animales, la sequía, la subida
del precio de los alimentos, las leyes europeas de bienestar animal, etcétera.
A ello seguramente se unirían otros problemas familiares, hasta llegar al punto
en el que lamentablemente atentó contra su vida. Estas líneas no son sólo de
solidaridad con un colectivo que ha defendido y defiende la armonización en
este territorio entre las actividades agrícolas y ganaderas y la convivencia
con el mundo urbano y los asentamientos de población en el mundo rural. La
actividad primaria no puede ser un tema marginal en el que el mundo rural queda
aislado del resto de actividades económicas en nuestro territorio. No olvidemos
que el pastoreo y la ganadería son las actividades que mayor arraigo tienen las
islas pues las cabras llevan miles de años en la piel de este territorio. La
actividad ganadera produce alimentos, contribuye a la retirada de combustible
de nuestros barrancos y montes, genera puestos de trabajo y también nos hace
menos dependientes de las importaciones.
Las leyes que se están aplicando en nuestro suelo rural no
dejan espacio para el pastoreo ni para la construcción de establos y otra serie
de instalaciones básicas para el sector primario. No queremos granjas de
animales cerca de las viviendas y estas han invadido el medio rural. Ahora no
queremos cantos de gallo porque nos despiertan de madrugada o el perfume de los
animales de campo, que nos resulta repulsivo, mientras que el perfume del
monóxido de carbono nos resulta aceptable. Hemos pasado de cinco habitantes por
vaca en los años sesenta del siglo pasado a unos doscientos habitantes por vaca
y sin embargo aún están denunciados establos ganaderos en esta tierra. Valga
como referencia que en la urbana, civilizada e industrial Holanda hay tres
habitantes por cada vaca. Estamos en la obligación de dignificar el mundo
rural, lo pequeño, lo de aquí. La globalización, lo virtual son hijos del
petróleo en un modelo que demanda más de nueve millones de litros de petróleo
por minuto. La defensa que hacía Antonio Dóniz con sus cabras y un amplio
colectivo de Benijos y de ganaderos y agricultores en las islas son enormemente
respetables y defendibles. En el caso de Benijos, donde se producen más de un
millón de kilos de queso y hay cientos de puestos de trabajo, es una actividad
básica a defender.
En las islas, donde hemos importado carne de vacuno
equivalente a setenta mil vacas el año pasado, cuando lo sacrificado en las
islas no llega siquiera a las ocho mil, la ganadería es esencial. Estas líneas
son de apoyo a la justa causa de nuestros ganaderos, por la que Agate, Pedro
Molina y un amplio colectivo están luchando. Tenemos que cambiar las leyes; en
este caso el Parlamento de Canarias ha de redactar un nuevo documento legal que
defienda y proteja a las actividades tradicionales. Las urbanizaciones hechas
desde la ciudad, sin consulta a los campesinos, deben ser respetuosas por ley.
Los Falcon Crest no pueden ser más tolerados que los chamizos. Hemos de crear
instalaciones para estos ganaderos como una actividad básica para el presente y
futuro; por ello, lamentamos la pérdida de Antonio Dóniz , hombre comprometido
con la ganadería de esta tierra. Lo ocurrido, lamentablemente estos días en el
barranco de Tafuriaste, no debe volver a repetirse. Hemos perdido una gran
persona, un luchador por el mundo rural, y esperemos que sea una semilla de una
nueva manera de ver y gestionar un mundo muy complicado en el que no hay
verdades absolutas, y en el que necesitamos mayor entendimiento, incluido en el
uso del territorio. Descanse en paz.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 27 de Octubre 2012