La historia y el devenir de los pueblos están cargados de
encuentros. Coincidencias que en gran medida ignoramos entre espejismos y
abstracciones, separándonos no sólo del ayer, sino incluso del mañana y sus
relaciones con lo que hacemos cada día.
El pasado miércoles, 16 de octubre, me encontré con una
acción agradable. La Universidad de La Laguna, dentro de la iniciativa
Universidad Solidaria, había iniciado una campaña de recogida de alimentos.
Esto hace cuatro años, si lo relacionamos con lo que éramos, nos hubiera
parecido de otro planeta. Eran otros tiempos y el hambre y la miseria eran
cosas de otros territorios.
Muchos creyeron que habíamos dejado definitivamente los
tiempos malos y ahora nos tocaba vivir en el mundo de los ricos. Sin embargo,
parece que la calle, los organismos comprometidos en asuntos sociales (Cruz
Roja, Cáritas, etcétera) ponen de manifiesto otra situación, indicándonos que
hemos vivido en una burbuja de bienestar y que tenemos numerosas lagunas que
corregir; es decir, los espejismos nos habían enturbiado la realidad.
En este marco me sitúa la memoria en la cartilla del
racionamiento, en las miserias que sufrimos en la niñez, en un pueblo de secano
en el que no sólo dependíamos de la lluvia, sino que incluso nos veíamos
amenazados por plagas como la que viví de langosta, que acabó al final del
verano con lo poco que había verde en los campos ese año.
Estas líneas son también un recuerdo para el trigo, el
hambre y los pósitos, referencias de la prevención desde las instituciones para
alimentar a la población, especialmente la menos favorecida. Los pósitos se
crearon en casi todas las localidades de las Islas desde el siglo XVI con el
objeto de abastecer, especialmente en las épocas de carestía, de grano a los
campesinos, tanto para la siembra como para el consumo, y funcionó hasta que
hace treinta o cuarenta años nuestro estómago y el bolsillo dejaron de mirar al
gofio y al pan como sinónimo de alimentación.
Debemos de mirar, desde la memoria, lo que bien nos relata
don Nicolás Pérez García en su Historia del pósito de Tacoronte (1618-1985),
como se debía mantener una fanega de trigo por vecino y año para prevenir
situaciones adversas de emergencia, tanto en la alimentación como para posible
sementera, pues la semilla era clave para defenderse de hambrunas en las arcas
de la misericordia o pósitos.
Una vez más la realidad nos obliga a mirar al pasado. Los
tiempos que corren exigen la rehabilitación de instituciones como los pósitos,
organismos que se presten al desarrollo agrario facilitando semillas y aperos
de labranza y que den información y formación sin mirar al mundo rural con una
cultura urbana y burocrática.
Desgraciadamente debemos mantener los Bancos de Alimentos
(desde mi opinión, todo el apoyo por la labor social que están llevando a
cabo), pero no podemos dejar de denunciar que las tierras de cultivo están
balutas o que en Valle Gran Rey las aguas no riegan sino cañaverales, generando
inseguridad a sus vecinos. Recordemos el desgraciado incendio de este verano.
Como bien dijo Confucio hace 2.500 años, regala un pescado a
un hombre y le darás alimento para un día, enséñalo a pescar y lo alimentarás
para el resto de su vida.
Llegado el momento, por la gravedad de la situación, nuestras instituciones
deben seguir distribuyendo comida, pero urgentemente deben de optimizar todos
sus recursos, incluido el personal de muchos ayuntamientos, algunos de ellos ni
tan siquiera tienen un concejal de agricultura y ganadería, para cambiar la
tendencia actual de nuestro espacio agrícola.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 20 de Octubre 2012