Nos encontramos en una situación crítica: paro,
empobrecimiento económico, marginación social, y lo que es peor, falta de
perspectivas futuras que nos den esperanza y empuje. Pero estamos en la
obligación de buscar alternativas económicas y sociales. Los problemas actuales
no los resolvemos con lamentos.
El sector servicios ha tocado techo; no puede ser la
solución única para los problemas de dos millones de canarios. No se pueden
prestar paisaje y calidad a doce millones de visitantes; las Islas demandan
campesinos que hagan de jardineros y que tengan un gran soporte de
conocimientos empíricos del medio. No es menos importante la estabilidad social
y ambiental que nos ofrecería un mundo rural habitado y cultivado; el campo
puede ser bastante más que los fríos datos que nos dan las estadísticas y el
PIB.
El mundo rural puede ofrecer un espacio tanto en el mercado
laboral como en la menor dependencia de los vaivenes de la economía mundial. La
agricultura y la ganadería pueden generar un número importante de puestos de
trabajo, ya que no solo tenemos una crisis profunda con suelos abandonados, en
los que la erosión y la maleza provocan perjuicios adicionales. Hay una falta
de relevo generacional, con el campo en manos de pensionistas por el
alejamiento que ha tenido el mundo rural hacia nuestros jóvenes, y que el campo
ha sido maltratado tanto en el plano social como en el económico.
El mundo rural es además una garantía ambiental, sobre todo
en las zonas boscosas, ante el riesgo de incendios; la agricultura y la
ganadería fijan población en el interior de las Islas, evitando las grandes
concentraciones que ha potenciado el espejismo urbano de los últimos años.
Es el momento de capitalizar el campo con inversiones
económicas y con aportes humanos, con un cambio de mentalidad hacia lo rural:
en la cultura, los medios de comunicación, la escuela, los centros formativos,
la universidad, las leyes ambientales, etcétera.
¿Qué podemos hacer? Escuela, rentas, agua, suelo, etcétera.
La escuela y la cultura dominantes, unidas a la pérdida de la vida familiar en
la formación de los jóvenes, han roto la principal fuente de información y de
formación de campesinos; la cultura de la globalización y los medios
informáticos han puesto el resto, sembrando esto que ahora llamamos
“modernidad”, “progreso”, que nos ha separado de nuestra tierra y las
condiciones que aquí imperan.
No tiene salida el modelo actual que hace que islas con más
recursos de agua, La Gomera y La Palma, pierdan población en los municipios
rurales, o que en Tenerife y Fuerteventura apenas reutilicemos el 20% de las
aguas de uso urbano, o que las escuelas de formación profesional agrarias
apenas tengan unas docenas de jóvenes. Apenas tenemos centros de formación
agraria y los que tenemos están alejados de la realidad del campo.
El agua y la tierra se han dedicado para urbanizar, de tal
manera que más del 50% del agua que se produce en Canarias la consumimos en las
zonas urbanas y turísticas; de los más de doscientos millones de metros cúbicos
de aguas residuales sólo tratamos unos ciento veinte millones y sólo
reutilizamos menos de cuarenta millones en áreas recreativas, campos de golf y agricultura,
perdiendo un valioso recurso. Y no hablemos de los problemas ambientales por
los vertidos en las costas de aguas urbanas sin depurar.
La agricultura y la ganadería de las Islas han sufrido mucho
en una sociedad en la que monetarizamos todo. Durante los años de bonanza en la
construcción y los servicios, corría el dinero y los importadores traían del
exterior montañas de alimentos (hasta 250 litros de leche, 40 kilos de papas y
20 kilos de pollo por habitante y año en Canarias), muchos de ellos a precios
de saldo aquí. La referencia alimentaria son ahora los supermercados con comida
importada de cualquier sitio del planeta, desde Nueva Zelanda hasta Chile,
mientras que aquí las frutas se pierden en los árboles y no somos capaces de
valorar lo nuestro más allá de su precio en la estantería del supermercado.
Querido lector, los surcos son posibles y necesarios en un
modelo que corrija, que siembre campos y optimismo, y en el que miremos hacia
el interior de los territorios insulares, con otros ojos, optimizando recursos
y mentalidades. Hagamos surcos no sólo esperando la necesaria lluvia, sino para
sembrar semillas con ilusión de un modelo más sostenible en lo ambiental y en
lo social; que la crisis y los tiempos nos hagan más respetuosos con el campo,
los campesinos y la naturaleza.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 30 de Marzo 2012