QUERIDO lector, una vez más dedicamos estas letras a la
relación que existe entre el campo y la cultura en una sociedad que dedica gran
parte del tiempo a los problemas de la Bolsa, los mercados, las primas de
riesgo, etc., y donde lo local y lo familiar apenas cuentan.
Como bien dice el
profesor de la Universidad de Harvard Nicholas Carr, internet y los grandes
medios de comunicación nos separan y alejan de lo pequeño, de lo próximo, y nos
robotizan. En consecuencia, los valores y la cultura de la gente del campo,
como El Batán, Afur, Chinamada o Las Carboneras, son algo aislado y se sitúan
incluso en la marginación de territorios insulares. Por ello, en los valores
del Parque Rural de Anaga se han revalorizado los aspectos naturales y la
sociedad, que no ha tenido en cuenta a las personas y el uso que estas han
hecho del territorio desde la noche de los tiempos.
Sin embargo, desde la gestión del Parque Rural de Anaga por
parte del Cabildo se ha tenido muy en cuenta a las personas y, en particular,
las actividades que han realizado en este territorio y, sobre todo, el futuro
para que convivan naturaleza y campesinos. Hace una semana tuve la fortuna de
asistir a un acto en el que se reconoció el trabajo de personas que hemos
estado relacionadas con la gestión del Parque Rural de Anaga, tanto desde el
Cabildo como desde el Ayuntamiento de La Laguna -en la persona de su
exalcaldesa, Ana Oramas-, así como el exdirector del Parque Cristóbal
Rodríguez.
Es justo destacar que en pocos lugares de la isla de
Tenerife encontramos un paisaje agrario más cuidado que en el barranco de El
Batán, en el que en contadas ocasiones hay zarzales sobre las antiguas huertas
de cultivo, manteniendo unas huertas limpias y cuidadas, en las que las viñas,
los boniatos y las papas borralla forman un paisaje que parece un jardín; de
unos campesinos que, aunque la mayor parte sean agricultores de fin de semana,
hacen un enorme esfuerzo, sobre todo si tenemos en cuenta que en muchos lugares
no hay acceso ni para un merri, dada la dura topografía de la zona, y en los
que hay que cargar a hombro los abonos, semillas y cosecha.
Esta es una lección de lo que significan la cultura, los
sentimientos, el compromiso con la tierra y, lo que es más importante, una
mirada hacia el futuro en la que gran parte de los niños que han nacido fuera
de esta zona -La Verdellada, El Suculum, Padre Anchieta o El Cardonal- se
sienten identificados con la tierra y así continúan vinculados a la misma en la
escuela de sus abuelos en un compromiso de solidaridad, familia y cultura, con
un ayer que no han tirado al baúl de los recuerdos.
Estas letras son de reconocimiento, puesto que este paisaje
singular está cargado de esfuerzo y cariño y constituye una referencia al
compararlo con lo que está ocurriendo en gran parte de nuestros campos. Así,
por ejemplo, si contemplamos numerosas zonas agrícolas de Tenerife nos
encontramos con que tierras de fácil acceso, incluso con depósitos y red de
aguas para el cultivo o secanos de las zonas húmedas, están en eso que en
Tenerife se llama suelos balutos, es decir, en abandono y cargados de
combustible para los incendios forestales, mientras que gran parte de los
moradores del entorno no plantan ni una mata de perejil en las proximidades de
las viviendas.
Estamos ante lo que ahora llaman los entendidos la
"desagrarización" del mundo rural, en el que los muchachos de El
Tanque son tan urbanitas como los del barrio de La Salud, y donde se ha perdido
gran parte de los vínculos con la cultura de la tierra, con los abuelos y con
la forma de vivir nuestra en eso que ahora se llama globalización. De tal forma
que una taza de leche y gofio y una isa parecen cosa del pasado y de la
nostalgia, ya que las últimas referencias en alimentación y cultura miran hacia
fuera, y en las que la tierra, el trabajo, el esfuerzo, lo pequeño y lo local
suenan a generaciones pretéritas.
Entendemos que cualquier planteamiento de futuro tiene que
asociar cultura y agricultura, puesto que esta última no es solo producir
alimentos -algo que es muy importante-, sino que implica conocimiento de lo
local, valor de lo pequeño y de lo nuestro. Unas papas borralla arrugadas y un
vaso de vino en la cueva del Lino son únicos y forman parte del patrimonio
natural de Anaga que nuestros campesinos, con gran sabiduría, saben distinguir
y valorar. Eso también es modernidad y sostenibilidad. O recuperamos la cultura
de la tierra o el llamado "mercado" y la especulación nos crearán
cada día más miseria e individualismo en un mundo acomplejado de su tierra y de
su cultura.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 7 de Agosto 2011