NOS HEMOS acostumbrado a teorizar sobre la naturaleza con
una cultura libresca, separada de los hombres, su cultura y sus necesidades, e
incluso asociamos la naturaleza con algo que debemos proteger del hombre, dado
que, supuestamente, este agrede a la misma, de tal manera que en contadas
ocasiones se valoran los aspectos positivos de la especie humana hacia la
naturaleza.
Hace unos días nos dejó en Aguamansa (La Orotava) don
Balbino Fariña, que trabajó para el medio ambiente de la Isla durante cincuenta
y un años. Ha sido un ejemplo como otros miles de campesinos y trabajadores
anónimos que han contribuido a un cambio positivo en gran parte de la piel de
la isla picuda, pues han vestido con millones de árboles rocas desnudas hasta
hace unos años, barridas en algunos casos por la erosión y en otros por el
sobrepastoreo o incluso han plantado árboles sobre lavas casi calientes de las
últimas erupciones.
Don Balbino formó parte de una generación castigada por las
miserias de la Guerra Civil que trabajó por el medio ambiente, en muchos casos
en situaciones penosas, sobre todo en las reforestaciones en las que se
desplazaba con las cuadrillas de Medio Ambiente de lunes a sábado, durmiendo y
malviviendo bajo una lona en las cumbres de Tenerife. El trabajo lo realizaban
con muy pocos medios, ya que apenas teníamos pistas forestales y vehículos
preparados, cargando las plantas y los aperos de trabajo al hombro, plantando
los pinos en canutos de caña y haciendo goronas con piedras secas para
protegerlos de los conejos.
Gran parte de los frondosos bosques actuales de La Orotava,
Güímar, Fasnia, Arico, Adeje, Guía de Isora y Santiago del Teide se hicieron
con las brigadas que lideraba don Balbino, que incluso reforestó la zona
comprendida desde Los Azulejos hasta Montaña Blanca en Las Cañadas del Teide.
Hemos de destacar en este insigne villero que sus
inquietudes sociales y culturales no fueron menos importantes, pues en todo
momento defendió las papas bonitas, los pajares y la siembra de centeno para
los mismos. Así, por ejemplo, las importantes instalaciones que tiene Pinolere
o el colegio Manuel de Falla de La Orotava con su pajar tienen que ver con las
manos de don Balbino y sus compañeros de trabajo. En Aguamansa también dejó su
huella con la recuperación de la Casa del Agua y participando en la
construcción de la piscifactoría y el vivero.
Estamos ante un ejemplo de entrega a la naturaleza y, sobre
todo, de ilusión por las cosas nuestras, del valor del trabajo y del esfuerzo,
así como de numerosas privaciones de su tiempo por dejarnos una isla mejor y
que, gracias a gente como don Balbino, hace que hoy en día tengamos el mejor
espacio forestal de los últimos quinientos años.
Estas líneas no son solo de reconocimiento a don Balbino y
su familia, sino una reflexión en voz alta de lo ingrato que resultan las
declaraciones de supuestos naturalistas cuando se aísla de los problemas
sociales y ambientales, con un culto a tal planta y espacio separados de la
sociedad y del hombre, ignorando gran parte de las relaciones del hombre y la
naturaleza; separando la cultura del trabajo y del esfuerzo de una supuesta
naturaleza bucólica, sin hombres, solo para que la contemplen unos supuestos
intelectuales.
Por ello, cuando vemos nuestros campos cargados de zarzas,
magarzos, granadillos y helechos, entre otros, y vemos las numerosas
declaraciones ambientales, indudablemente tenemos que mirar para hombres y
mujeres que nos han dejado una isla, como hizo don Balbino, que fue un hombre
rico en sabiduría, entrega y compromiso y en compartir su experiencia y trabajo
con los jóvenes y vecinos. En definitiva, fue un maestro sencillo formado en la
universidad de la vida que contaminaba compromiso social y ambiental. Nos ha
dejado un hombre bueno, y, tristemente, hoy somos más pobres.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 4 de Septiembre 2011