EN LOS ÚLTIMOS años se ha producido en el planeta una
cultura urbana con un deterioro del mundo rural, incorporando un valor
decreciente a los bienes agroganaderos y, en consecuencia, degradando el
esfuerzo y sacrificio del hombre del campo. Unido a ello, las mejoras
tecnológicas como la mecanización, transporte y conservación de alimentos en
frío, mejoras genéticas en las semillas y ganadería, entre otras, han hecho que
la política de los países industriales asocie la agricultura al pasado y, por
supuesto, al tercer mundo. El aumento de la población y los límites con los que
se encuentra el agro como actividad industrial pone numerosos interrogantes
sobre cómo alimentar a 7.000 millones de habitantes en el planeta.
Los países industriales se han especializado en la economía
de los servicios y la industria, de tal manera que en unas décadas se han
reducido de manera significativa los activos del sector primario, que en muchos
casos, como el nuestro, no alcanza ni tan siquiera el 5% de la población
activa. Así, en Canarias los economistas nos dicen que solo el 3% de la
población activa trabaja en el sector primario, significando en el PIB de
Canarias un discutible 2%, y teniendo en nuestra tierra un 20% de parados.
Tenemos un sistema cargado de contradicciones -tierras
balutas, parados e importación de alimentos- y a unos 25.000 agricultores para
cuidar el campo y obtener alimentos frescos con lo que no producimos ni el 8%
de la demanda interna. Así, por ejemplo, importamos 300 litros de leche, 20
kilos de azúcar, 41 kilos de carne y 40 kilos de papas por habitante y año en
Canarias. Es más, para los 500.000 km. cuadrados del territorio español,
tenemos menos de un millón de campesinos, aunque los parados lleguen casi a
cinco millones de personas. Por otro lado, la Organización Mundial de la
Alimentación de las Naciones Unidas (FAO) dice que debemos tener al menos una
cobertura de autoabastecimiento que supere el 20% ante cualquier coyuntura
estratégica, con lo que las cifras no nos cuadran.
Así, el campo, la agricultura, el mantenimiento del paisaje,
la lucha contra la erosión, la retirada de combustible en el mundo rural, están
valorados en nuestro país como actividades marginales, pues no alcanzamos ni
tan siquiera el 5% del PIB. Por si fuera poco, últimamente los alimentos están
en manos de la Bolsa y suben y bajan no solo por planteamientos económicos sino
también por estrategias de especulación, de tal manera que este año han subido
los cereales un 40% sin que este incremento haya tenido repercusión positiva en
los agricultores. Es decir, el comer depende de los juegos de la Bolsa, como si
esto fuera un juego.
Por ello, estas líneas son una reflexión en voz alta, no
solo desde un punto de vista social, sino eminentemente ambiental, dado que
gran parte del medio ambiente está asociado a la agricultura y a los que labran
y limpian los entornos del monte. Los campesinos no se injertan. Hemos perdido
una cultura del campo transmitida de manera familiar y urge dar un giro en la
educación y en la formación tomando medidas que penalicen las tierras abandonadas
o balutas, así como medidas arancelarias que frenen las importaciones de choque
mientras tengamos producción local.
Además, hemos de cambiar la política hacia los parados y
habrá que potenciar la labor de estos limpiando y cuidando las tierras
abandonadas y fomentando la incorporación al mundo rural, sobre todo de los más
jóvenes. No olvidemos que la mayor parte de las medianías de nuestras islas
están siendo mantenidas, en su mayor parte, por los pensionistas y en la que la
alergia al sacho de los jóvenes parece que se pone de manifiesto hasta en los
desayunos de Pedrito y Pepe Benavente.
El campo es también dignificar toda una cultura que no solo
es paisaje y sentimiento, sino una referencia de un pueblo que ha luchado para
domesticar una naturaleza hostil, como de hecho se pone de manifiesto en los
"machu-pichu" gomeros, en La Geria de Lanzarote o en los malpaíses
cultivados en tantos puntos de nuestras costas, con sorribas y tierra
transportada incluso en sacos.
Aún estamos a tiempo de corregir el rumbo del barco aunque
los vientos no den de popa, pues no hay viento a favor posible para un barco
que no sabe a qué puerto se dirige. Por lo tanto, no es bueno que los
pensionistas de las medianías continúen huérfanos de discípulos que quieran
familiarizarse con la cultura del campo, el cuidado del medio ambiente y la
producción de alimentos frescos y sanos para nuestro pueblo.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 17 de Abril 2011