ESTAMOS en tiempos de balance, ya que acaba de finalizar
2010, y más allá de hechos pesimistas queremos plantear hacia el sector agrario
una lectura más optimista para el futuro, puesto que gran parte de los
problemas que vamos a tratar en este artículo tienen solución en casa, ya que
las alternativas están al alcance de nuestras manos.
En el caso del cultivo del plátano, el año que termina ha
sido con toda seguridad el más ruinoso para los agricultores desde la década de
los cuarenta, cuando se reactivó la exportación a Europa. Valga como referencia
lo siguiente: en 2010 se tiraron durante nueve meses plátanos a los barrancos.
Es decir, la llamada pica alcanzó una cifra próxima a las 40.000
toneladas (40 millones de kilos) y los precios al agricultor rondaron los 30
céntimos de euro por kilo. Es decir, en contadas ocasiones los precios
obtenidos por el agricultor por su fruta igualan las ayudas que nos envía la
Unión Europea. Tristemente, no hemos superado esa importante muleta para apoyar
a nuestro sector.
En este marco, hay que situar que el plátano de Canarias
puede competir con la banana si aquí hacemos las cosas mejor. Por supuesto,
frenando la bajada de aranceles y la libre circulación de los países ACP
(África, Caribe y Pacífico) hacia la Unión Europea. El año recién acabado
enviamos a la Península 40.000 toneladas más que en 2009, o lo que es lo mismo,
la venta de banana no ha crecido en el mercado peninsular, mientras que
nosotros hemos recuperado parte del terreno perdido en años anteriores. Sin
embargo, por esas 360.000 toneladas totales que hemos enviado en 2010, hemos
obtenido unos 30 millones de euros menos que en 2009. Nos hemos mantenido en el
mercado con precios que solo han superado a la banana en un 15 o 20%.
Debemos buscar razones para ese desfase. El mercado mundial
del plátano está controlado por tres o cuatro grandes multinacionales que
poseen el 92% del consumo de plátanos de la Unión Europea; nosotros, en
Canarias, para el 8% de ese mercado europeo tenemos sesenta entidades. A su
vez, estas aparecen agrupadas en seis OPP (Organizaciones de Productores de
Plátanos), que teóricamente son coordinadas por Asprocan, pero en las que no hay
ni un solo criterio sobre calidad, embalaje, flete y sí una distorsión con la
publicidad que se hace y su comercialización, que cuesta algo más de cuatro
pesetas por kilo (0,024 euros). Es más, en el mundo de la informática y la
tecnología de hoy en día, nuestros comercializadores no tienen una idea
aproximada de cuántos kilos tendrán para los próximos meses en los mercados
demandantes.
Desgraciadamente, hay una guerra interna en la que algunas
partes del sector ni siquiera se hablan, en las que se confunden miserias
personales y en las que el interés público -ni tan siquiera el interés
económico más inmediato- predomina en estos momentos. Esta situación no es
nueva, ya que en el libro "Canarias: agricultura y ecología", escrito
hace veinte años por quien suscribe, describía una situación similar a la
actual, con la diferencia que en aquella época teníamos un mercado cautivo, ya
que en el territorio peninsular sólo podía comercializarse nuestros plátanos.
No olvidemos que los plátanos generan casi unos 30.000
puestos de trabajo, es parte de nuestro paisaje y economía de numerosas
localidades de las islas y, lo que no es menos importante, lo que pagamos por
los fletes de los barcos que traen alimentos a Canarias ayudan de manera
importante al coste de la vida de las islas en el caso de que estos barcos
retornasen con las bodegas vacías. Es más, en estos momentos, después de los
acuerdos de Kioto y el CO2, los plátanos de Canarias llegan al mercado con dos
o tres días de navegación como máximo, mientras la competencia procedente tanto
del Golfo de Guinea como desde el Pacífico triplican o cuadriplican los
consumos de energía para ponerlos en el mercado europeo.
Con esta situación, querido lector, está claro que tenemos
futuro. En primer lugar, porque estos puestos de trabajo se lo merecen; el
paisaje y la cultura que generan, también; el mercado nos ha demostrado que
podemos competir con las multinacionales si hacemos las cosas de otra manera y,
por lo tanto, la piedra está en nuestro tejado. Esto significa que no podemos
seguir en el Archipiélago con más de setenta empaquetados puerta con puerta y
que tenemos que ir a una caja única, con una marca que diga Plátano de Canarias
-las grandes superficies venden más del 60% del plátano en el ámbito
peninsular, donde sólo hay bananas y plátanos de Canarias-, con una política de
fletes y de control de calidad en la que tiene que intervenir la
Administración.
Si creamos criterios de interés público sobre las miserias
personales que están primando en estos momentos y acabamos con la ineficiencia
de un organismo que debemos potenciar, pero que tiene que cambiar su forma de
actuar como Asprocan, el plátano es viable, ya que, sin ir más lejos, en 2010
aumentamos los envíos al mercado peninsular. En este sentido, hemos de vigilar
que no aumenten las plantaciones como ha ocurrido últimamente ante la crisis de
los tomates. En definitiva, agricultura significa planificar y priorizar y
tanto las empresas privadas como el sector público deben ir de la mano para
asegurar el futuro del plátano.
En este marco, los planteamientos para el futuro están
dichos, tanto con los trabajos de B-Idea como con las propuestas del señor
Rodríguez Noguerón y la cumbre platanera de Fuencaliente, ya que todos
coinciden a la hora de establecer la única alternativa viable en estos
momentos. En consecuencia, parece que no tenemos otra opción que movilizar al
sector para defender estos principios, puesto que las reuniones entre
bambalinas no nos ofrecen soluciones para el futuro del plátano en Canarias. No
todo es tocar en la puerta de Bruselas. Aquí también tenemos que mejorar lo que
hacemos del cantero al consumidor. La polca sabandeña y Nijota debe quedar como
elemento musical y no como manera de gestionar nuestra agricultura.
EL DIA, 9 de Enero 2011