QUERIDO lector, la próxima semana se produce en la piel
de la isla picuda la mayor movilización humana de cuantas acontecen en Tenerife
con la particularidad de que en muchos casos dejamos el coche unas horas y nos
hacemos peatones, descubriendo numerosos rincones del interior de la Isla que,
en parte, nuestros jóvenes pisan por primera vez.
Es decir, se entra en el mundo rural, antaño transitado por
los isleños, y que hoy se convierte en parte en un territorio exótico que gran
parte de nuestra generación joven apenas conoce. Y lo que es peor, un
territorio forestal cargado de lo que ahora llamamos combustible (leña,
pinocha, ramas, etc.), que con anterioridad estaba barrido a la escoba por una
sociedad carente de recursos. Los peregrinos de ahora apenas conocen el
territorio por el que transitan para el que sólo les acompaña un bastón, unas
botellas de agua y, tal vez, un GPS.
No queremos asociar a estos peregrinos con otras
"mercancías" que también transitan con una minoría de ellos, aunque
los servicios sanitarios que se extienden por la ruta nos advierten cuál es la
principal causa de accidente de los peregrinos.
Es en este marco de relación territorio-hombre en el que
situamos estas líneas pensando en que el próximo fin de semana, con el mes de
agosto encima, y si nos visita el siroco -que suele aparecer por esta época-,
tenemos todos que tomar decisiones, que deben ser asumidas colectivamente, de
cómo actuamos con más responsabilidad evitando riesgos no sólo para nuestros
montes sino, lo que es más importante, para las personas.
Los peregrinos de Candelaria de ahora tienen poco en común
con los de hace 50 años, que sí tenían un conocimiento del interior de la Isla,
con un dominio de su geografía, fuentes, cuevas, barrancos, lugares donde defenderse
ante un posible incendio, ya que era una población muy vinculada con los montes
y sus aprovechamientos. No sólo había menos combustible en nuestros montes,
sino que sus caminantes dominaban el suelo por el que pisaban.
En una palabra: una parte importante de los peregrinos de
ahora tienen una cultura urbana, aunque vivan en El Tanque, Garachico o Guía de
Isora. Es en este marco en el que nosotros creemos que si el tiempo se aproxima
a los "tres 30" -temperaturas por encima de 30 grados, humedad por debajo
del 30 por ciento y vientos de más de 30 kilómetros por hora-, sería bueno
pensar que no podemos bajar por la caldera de Pedro Gil, por la boca del valle
-es decir, de Las Lagunetas a Igueste de Candelaria- o subir de Los Órganos a
Chimoche y La Crucita, por tratarse en todos los casos de terrenos muy
escarpados a los que no hay acceso rodado y en los que ante un accidente
tenemos una difícil defensa para los peregrinos. Así, por ejemplo, en el caso
de Pedro Gil, a ambos lados del sendero tenemos una topografía de más de 2.000
metros de altura entre Ayoze y pico Cho Marcial, con una salida posible hacia
Los Castañeros, en Arafo. No olvidemos el nivel de pinocha que hay en este
territorio, puesto que en estos momentos no hay interés económico por ésta ni
pastoreo sobre nuestros montes. Hace 50 años teníamos más de 60.000 vacas,
numerosos rebaños de cabras y ovejas y una demanda importante de pinocha para
abonar nuestros campos y empaquetar los plátanos.
Es en este nuevo marco cultural, económico y ambiental en el
que van a pisar nuestros peregrinos este fin de semana. Es decir, los
peregrinos de ahora tienen poco en común con nuestros abuelos, que tenían un
gran dominio del territorio, fuentes, cuevas, barrancos y, en consecuencia, los
riesgos ante un accidente eran totalmente diferentes a los que tenemos en estos
momentos. Todo esto debemos tenerlo presente para que se siga cumpliendo con la
tradición cultural y religiosa y que por Candelaria nunca pase nada.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 8 de Agosto 2010