ESTOS DÍAS descubrimos un paisaje olvidado y marginado
-tanto en el plano social como económico- como es la ruta de los almendros.
Ahora, de repente, el tema de la belleza, de lo estético, nos moviliza en su
contemplación, situación que se produce en los sotaventos de las islas en las
que en condiciones duras nuestros campesinos plantaron, injertaron y cuidaron
dichos frutales. Por ello, desde Puntagorda, Tejeda o Santiago del Teide nos
encontramos con uno de los paisajes más bellos de una primavera anticipada que
nos ofrecen los almendros.
Aquí, como en otros tantos puntos de las islas, nos
olvidamos de los campesinos, del trabajo y de los productos de la tierra. Lo
importante ahora es lo lúdico, lo festivo; contemplamos el pasado en un museo
vivo, puesto que en los almendros o en las higueras apenas intervienen una
docena de campesinos que se niegan a abandonarlos y, en consecuencia, podan,
injertan o cavan un número reducido de los mismos, mientras la mayoría de los
frutales plantados y cultivados antaño han sobrevivido a lo largo de los últimos
40 años, ahogados en muchos casos por las plantas de la flora canaria que sí se
les declara protección (tabaibas, pinos, escobones, retamas, etc). Mientras las
higueras y los almendros no sólo no tienen protección desde un punto de vista
natural, dado que no forman parte de la flora "autóctona", sino que
ni tan siquiera entran en los mapas de los cultivos. Es decir, son unos
intrusos que nosotros contemplamos en estos días de febrero.
Los cuidadores de la naturaleza no han tenido tiempo para
dedicarles unas líneas ni al estudio ni a la defensa de unas plantas que fueron
enormemente útiles y que mataron el hambre a muchas generaciones de canarios,
no sólo en los años de malas cosechas, sino, sobre todo, en lo largos caminos
del mar donde los almendros e higos pasados fueron parte de la alimentación de
nuestros emigrantes y en tantas otras ocasiones que nos permitían mantener
alimentos con un bajo coste de conservación a lo largo del tiempo.
Hoy estamos haciendo un reconocimiento del esfuerzo, del
trabajo y de la lucha de nuestros campesinos que, en las peores condiciones
naturales -es decir, malpaíses con poca pluviometría-, hicieron productivos
unos gramos de tierra entre las rocas volcánicas, casi calientes, puesto que
estamos recorriendo las lavas del Chinyero que apenas acaban de cumplir los 100
años; lavas que en unos casos crecen líquenes y en otros están plantados
frutales aprovechando el paleosuelo que subyace bajo las mismas.
Por ello, el almendro y la higuera no sólo son esfuerzo y
sabiduría, sino que, incluso, una vez plantados, había que protegerlos con
muros de piedra de los herbívoros dominantes en el territorio -cabras, conejos,
etc.-. Por eso, hacer un recorrido en uno de los paisajes más jóvenes de
Tenerife, unido a una historia social tan dura como fue el señorío de Santiago
del Teide, dueño y señor de tierras y de vidas, en la que el ayuntamiento en el
siglo XIX les entregó a sus habitantes los llamados "baldíos" en
usufructo para cultivar cereales, leguminosas y, en muchos casos, frutales como
los que hoy podemos contemplar. Es por ello por lo que tenemos que felicitar a
la corporación de Santiago del Teide por haber rescatado en los últimos 15 años
estas visitas guiadas de lectura y reflexión sobre el paisaje, cultura y
dignificación de sus campesinos, en las que el Cabildo de Tenerife se ha
implicado también en este recorrido que hacemos por las cumbres de Bilma para
terminar en el caserío de Arguayo, lugar significativo en el mundo aborigen de
Tenerife.
Así, este recorrido entre muros de piedra y frutales es
también un encuentro con el ayer, pero que quiere ser un compromiso con el
mañana en la dignificación no sólo de los hombres y mujeres del campo, sino de
un sentido ambiental en el que no sólo enviemos a Bruselas declaraciones de protección
para la flora y la fauna propia, sino también de respeto y defensa de lo que
aún nos queda del mundo rural y del trabajo de sus gentes. No parece razonable
que tengamos en la Unión Europea más de 100 ZEC (Zonas de Especial
Conservación) o LIC, es decir, lugares intocables por parte del hombre,
mientras que no hay ningún planteamiento de conservación y defensa para los
productos ganaderos y agrícolas que se producen en estas Islas. Es decir,
parece que en Bruselas hay más preocupación por los sebadales de Granadilla y
lagartos de El Hierro que por las papas, tomates, plátanos, almendros e
higueras.
El ayer de los almendros también puede ser el mañana en una
sociedad más sostenible en la que naturaleza, cultura y trabajo no sea
excluyente con eso que ahora llamamos "protección de la naturaleza" a
la que nos tienen acostumbrados una maraña de leyes que, en muchos casos,
discriminan a los hombres y, en particular, a los campesinos, y en los que de
una manera poco comprensible está más protegido un pino o una tabaiba que un
almendro o una higuera. Hemos de decir que después de más de 30 años planteando
estos temas en los medios de comunicación y, en particular, en el periódico EL
DÍA, hoy comienza a haber un amplio colectivo social que entiende que el campo,
la agricultura y la calidad de vida de sus gentes no pueden estar separados del
mundo urbano, de la supuesta protección de la naturaleza en la que en nombre de
la aldea global y el libre comercio se margina y machaca actividades como las
que hoy contemplamos en la ruta de los almendros.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 7 de Febrero 2010