domingo, 7 de febrero de 2010

Almendros: supervivientes del ayer


ESTOS DÍAS descubrimos un paisaje olvidado y marginado -tanto en el plano social como económico- como es la ruta de los almendros. Ahora, de repente, el tema de la belleza, de lo estético, nos moviliza en su contemplación, situación que se produce en los sotaventos de las islas en las que en condiciones duras nuestros campesinos plantaron, injertaron y cuidaron dichos frutales. Por ello, desde Puntagorda, Tejeda o Santiago del Teide nos encontramos con uno de los paisajes más bellos de una primavera anticipada que nos ofrecen los almendros.

Aquí, como en otros tantos puntos de las islas, nos olvidamos de los campesinos, del trabajo y de los productos de la tierra. Lo importante ahora es lo lúdico, lo festivo; contemplamos el pasado en un museo vivo, puesto que en los almendros o en las higueras apenas intervienen una docena de campesinos que se niegan a abandonarlos y, en consecuencia, podan, injertan o cavan un número reducido de los mismos, mientras la mayoría de los frutales plantados y cultivados antaño han sobrevivido a lo largo de los últimos 40 años, ahogados en muchos casos por las plantas de la flora canaria que sí se les declara protección (tabaibas, pinos, escobones, retamas, etc). Mientras las higueras y los almendros no sólo no tienen protección desde un punto de vista natural, dado que no forman parte de la flora "autóctona", sino que ni tan siquiera entran en los mapas de los cultivos. Es decir, son unos intrusos que nosotros contemplamos en estos días de febrero.
Los cuidadores de la naturaleza no han tenido tiempo para dedicarles unas líneas ni al estudio ni a la defensa de unas plantas que fueron enormemente útiles y que mataron el hambre a muchas generaciones de canarios, no sólo en los años de malas cosechas, sino, sobre todo, en lo largos caminos del mar donde los almendros e higos pasados fueron parte de la alimentación de nuestros emigrantes y en tantas otras ocasiones que nos permitían mantener alimentos con un bajo coste de conservación a lo largo del tiempo.
Hoy estamos haciendo un reconocimiento del esfuerzo, del trabajo y de la lucha de nuestros campesinos que, en las peores condiciones naturales -es decir, malpaíses con poca pluviometría-, hicieron productivos unos gramos de tierra entre las rocas volcánicas, casi calientes, puesto que estamos recorriendo las lavas del Chinyero que apenas acaban de cumplir los 100 años; lavas que en unos casos crecen líquenes y en otros están plantados frutales aprovechando el paleosuelo que subyace bajo las mismas.
Por ello, el almendro y la higuera no sólo son esfuerzo y sabiduría, sino que, incluso, una vez plantados, había que protegerlos con muros de piedra de los herbívoros dominantes en el territorio -cabras, conejos, etc.-. Por eso, hacer un recorrido en uno de los paisajes más jóvenes de Tenerife, unido a una historia social tan dura como fue el señorío de Santiago del Teide, dueño y señor de tierras y de vidas, en la que el ayuntamiento en el siglo XIX les entregó a sus habitantes los llamados "baldíos" en usufructo para cultivar cereales, leguminosas y, en muchos casos, frutales como los que hoy podemos contemplar. Es por ello por lo que tenemos que felicitar a la corporación de Santiago del Teide por haber rescatado en los últimos 15 años estas visitas guiadas de lectura y reflexión sobre el paisaje, cultura y dignificación de sus campesinos, en las que el Cabildo de Tenerife se ha implicado también en este recorrido que hacemos por las cumbres de Bilma para terminar en el caserío de Arguayo, lugar significativo en el mundo aborigen de Tenerife.
Así, este recorrido entre muros de piedra y frutales es también un encuentro con el ayer, pero que quiere ser un compromiso con el mañana en la dignificación no sólo de los hombres y mujeres del campo, sino de un sentido ambiental en el que no sólo enviemos a Bruselas declaraciones de protección para la flora y la fauna propia, sino también de respeto y defensa de lo que aún nos queda del mundo rural y del trabajo de sus gentes. No parece razonable que tengamos en la Unión Europea más de 100 ZEC (Zonas de Especial Conservación) o LIC, es decir, lugares intocables por parte del hombre, mientras que no hay ningún planteamiento de conservación y defensa para los productos ganaderos y agrícolas que se producen en estas Islas. Es decir, parece que en Bruselas hay más preocupación por los sebadales de Granadilla y lagartos de El Hierro que por las papas, tomates, plátanos, almendros e higueras.
El ayer de los almendros también puede ser el mañana en una sociedad más sostenible en la que naturaleza, cultura y trabajo no sea excluyente con eso que ahora llamamos "protección de la naturaleza" a la que nos tienen acostumbrados una maraña de leyes que, en muchos casos, discriminan a los hombres y, en particular, a los campesinos, y en los que de una manera poco comprensible está más protegido un pino o una tabaiba que un almendro o una higuera. Hemos de decir que después de más de 30 años planteando estos temas en los medios de comunicación y, en particular, en el periódico EL DÍA, hoy comienza a haber un amplio colectivo social que entiende que el campo, la agricultura y la calidad de vida de sus gentes no pueden estar separados del mundo urbano, de la supuesta protección de la naturaleza en la que en nombre de la aldea global y el libre comercio se margina y machaca actividades como las que hoy contemplamos en la ruta de los almendros.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 7 de Febrero 2010