EL LENGUAJE y las aptitudes humanas hacen que cada día los
hechos nos pongan en territorios en los que no esperábamos encontrarnos; de
esta manera, de la UE esperábamos apoyo y solidaridad en el marco de las RUP
(regiones ultraperiféricas) en las que Bruselas supuestamente nos arropaba,
como también protegía el agro, ya que en el nacimiento de la comunidad
económica europea se dedicaba al agro más del 50 por ciento del presupuesto a
la llamada PAC.
Los fundadores de la UE habían sido hijos de la hambruna de las
dos guerras mundiales. Ahora los tiempos y el lenguaje al uso nos dicen que
"sobran alimentos", que campo y agricultura son sinónimo del pasado,
que ahora lo que toca es la globalización, la especialización de la UE en industria
y servicios y destinar las actividades primarias a los terceros países; la UE
quiere especializarse en comercio e intermediación. Hablan del libre comercio
de los acuerdos de Doha. Mientras EEUU aplica un duro sistema fitosanitario y
arancelario a los productos del sector primario, la UE sube aranceles, ante la
entrada de calzado de China y Vietnam, que arman y apoyan sectores industriales
con importantes aportes de recursos públicos. Así, por ejemplo, General Motors
o la Ford reciben miles de millones de euros. Aquí descrestan aranceles a los
productos agrarios: plátanos, tomates, papas, productos ganaderos, sacan de la
manga las leyes de bienestar animal, leyes que no existen para los animales en
los países de los que importamos productos ganaderos.
Estamos, pues, ante lo que ahora llamamos la
deslocalización, término que no existe en el diccionario del uso del español de
María Moliner, y significa, según los entendidos en la globalización,
desplazamiento de una actividad al lugar en el que las condiciones sociales y
económicas sean las más apropiadas. Valoración que suele estar vinculada a
costes por beneficios económicos para las empresas, y sus consecuencias suelen
tener unos costes sociales importantes siendo muy significativos para los
territorios en los que dejan de operar las empresas que se desplazan, es decir,
que se deslocalizan. En el caso de Canarias nos dejan huérfanos, ya que la UE
nos habla de la libre circulación de las mercancías, lo que hace que no sólo
perdamos las producciones que tradicionalmente exportamos a la UE, sino que
tampoco podemos producir para el mercado interior, ya que las importaciones de
países terceros, con sueldos de hambre, hacen no competitivas las producciones
locales.
En los últimos meses hemos importado bienes que podemos
producir aquí, como es el caso de las papas, con precios de ruina para nuestros
agricultores (0,20 euros el kilo y de leche a 0,40 el litro), y otros bienes
básicos que hacen que el sector agrario acelere la crisis, caso de los
plátanos. Mientras tiramos a los barrancos varios millones de kilos el pasado
verano, entraban en la Península bananas tropicales cultivadas por campesinos
que no cobran más de 5 ó 6 euros diarios. Es significativo que aquí el campo ha
desaparecido del debate público. Escuchamos hablar de la sostenibilidad, cambio
climático, y mientras importamos alimentos producidos en el Tercer Mundo
olvidamos el valor estratégico del campo y del agua, bienes cada día más
escasos en Canarias y en todo el planeta, y lo que es peor, nuestros jóvenes
posmodernos no quieren oír hablar para nada del campo, ahora toca hablar de las
nuevas tecnologías y del cambio climático. Hablamos continuamente de reserva
energética, pero olvidamos la suficiencia alimentaria. Hasta Sarkozy se acordó
hace poco del campo francés y puso más partidas económicas reconociendo la
crisis que vive el campo francés y el de la UE.
Hace unos años proponía encabar el sacho. Hoy digo que la
llamada deslocalización del campo canario nos puede traer una situación de
carencias preocupantes si no se aplican marcos que protejan las producciones
locales ante unas importaciones que, basadas en la economía de mercado, priman
al especulador sobre el agricultor que pone esfuerzo y cariño al terreno que
cultiva. Aún estamos a tiempo de dignificar y rescatar un importante patrimonio
agrario y ambiental en las Islas. ¡Encabemos el sacho! La suerte de nuestro
campo no puede estar pendiente del tejer y destejer de la Bolsa y los grandes
lobbys. Lo que aquí es artesanía son surcos en la lava, son valores no
cotizados en bolsa, no tienen precio pero sí tienen mucho valor. Como casi todo
lo que vale para la Humanidad, no cotiza en la bolsa.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 27 de Diciembre 2009