ESTA SEMANA hemos vivido la fiesta de Candelaria, en la
que, más allá de los aspectos lúdicos y religiosos, tenemos que hacer una
lectura de seguridad y ambiental de la misma en los montes de Tenerife, sobre
todo, pensando en los próximos años. Los riesgos de dicha efeméride en los montes
de la isla son muchos, y más con los aspectos jurídicos ambientales que se
dieron después del incendio de Guadalajara para aquellos que tenemos
responsabilidades políticas sobre estos asuntos.
En una lectura de lo ocurrido en los últimos tiempos debemos
plantearnos qué actitud debemos tomar para los próximos años; tema éste muy
complicado, ya que no sólo hemos de implicar a los distintas administraciones
con responsabilidades en el territorio, sino que hemos de hacer mucho para que
la propuesta sea entendida por los ciudadanos: entender y asumir otra manera de
vivir la fiesta que sin duda es la que moviliza mayor número de personas en la
piel de la isla picuda.
Así, encontramos fiesta, territorio y tradición en un
paisaje y en un paisanaje que ha cambiado, puesto que nuestros caminos,
senderos y veredas no son vividos por las familias como ocurría antaño, en que
los caminantes de Candelaria frecuentaban dicha ruta por razones obvias. Los
caminos de la Isla estaban trillados por nuestra gente en culturas
complementarias entre el monte y la costa, entre el norte y el sur, pues las
comunicaciones entre éstos se daban por las cumbres, ya que éstas
complementaban las economías de los que vivían en la costa.
Por ello, los incendios y sus peligros eran el pan de cada
día, incluso en las zonas urbanas. Así, en ese marco cultural y territorial, la
fiesta de Candelaria y los peregrinos recorrían espacios conocidos de una
topografía que dominaban y, por otra parte, los montes estaban barridos, sin
apenas combustible, puesto que tanto la leña como la pinocha eran bienes
altamente necesarios en ese marco rural y natural en el que se vivió en esta
Isla antes de la llegada del gas butano y tantas otras cosas que nos ha traído
la modernidad en los últimos años. En consecuencia, era otra la geografía y
otro el paisanaje que iba a Candelaria en esta efeméride.
Debemos hacer una reflexión sobre los peregrinos de
Candelaria en el siglo XXI. En primer lugar, tenemos la mayor masa forestal que
ha conocido Tenerife desde el siglo XVI, con miles de camiones de pinocha y
leña a lo largo de dicho camino; pinocha y leña que se pisan con pies urbanos,
con un desconocimiento del riesgo, pero, sobre todo, con un desconocimiento de la
geografía en la que se está, en la que el principal acompañante es el móvil
-que no siempre tiene cobertura- y lo que es peor, el usuario no sabe casi
nunca en qué punto se encuentra.
En ese marco, ante un riesgo que se nos puede producir, no
sabemos cuántas personas tenemos ni en qué puntos de la geografía insular se
encuentran. Y lo que es peor, hay puntos muy frágiles, como ocurrió en la
caldera de Pedro Gil el viernes 14 de agosto entre las 19,00 y 22,00 horas, en
la que se congregaron más de 1.500 personas en un espacio estrecho, cargado de
pinocha, con muchos peregrinos fumando y en el que no hay más salida que hacia
los Castañeros, en Arafo, o La Crucita, en La Dorsal. O lo que ocurrió en otro
punto entre Las Lagunetas e Igueste de Candelaria en el que se alcanzaron más
de 900 personas en un territorio escarpado y con muchas limitaciones para huir
ante un posible incendio dada la topografía y la carencia de vías en la zona.
Sean estos dos ejemplos porque a esa hora había miles de peregrinos en los montes
de Tenerife, desde Guía de Isora hasta La Esperanza.
Esta situación nos debe hacer reflexionar sobre el monte y
el uso del mismo con cultura de fiesta en el mes de agosto, en la que las
limitaciones que tenemos los que estamos en la cosa pública son muchas, sobre
todo, porque no podemos controlar este aluvión carnavelero en los montes de
Tenerife, en los que algunos no sólo fuman sino que llevan otros aditivos que
alteran su sistema nervioso y que, por ejemplo, les impediría conducir un
vehículo a motor.
Estas líneas quieren dar un toque de atención para los
próximos años. Creemos que el asunto religioso y de fiesta habrá que encauzarlo
por otra topografía o que cada municipio o comunidad de vecinos se haga
responsable de los grupos que atraviesan nuestros montes, en los que habrá que
tener en cuenta un número prudencial en las zonas peligrosas, y donde, con toda
seguridad, hemos de plantear que los caminantes han de conocer el territorio
que pisan para tratarlo de otra manera, no sólo por la pervivencia de nuestra
naturaleza sino por la seguridad de las personas que la recorren.
Así pues, parece lógico que debamos plantear cuántas
personas pueden estar al mismo tiempo en el paleobarranco de la caldera de
Pedro Gil dadas las condiciones topográficas en las que, por un lado, tenemos
el pico de Cho Marcial, al oeste, con una altura de 2.000 metros, y el espigón
de la Tea o Añavingo al este, es decir, no hay alternativa alguna más que hacia
la costa y hacia la cumbre de la que se procede, no existiendo dentro de dicho
cauce ningún espacio para protegerse en caso de un incendio. Y esto lo podemos
trasladar a la Boca del Valle, hacia Igueste, con una topografía muy dura de
barranco y cuchillos en la que hemos de limitar el número de personas que
pueden estar en dicho territorio y las posibles alternativas ante un accidente
forestal que no queremos ni mencionar.
Por ello, el voluntarismo que hemos tenido hasta ahora con
los peregrinos de Candelaria no debe ser la pauta para los próximos años. Habrá
que estudiar la posibilidad de establecer limitaciones en cuanto al número de
personas en cada territorio y, en particular, en aquellos más frágiles e,
incluso, los responsables de temas de seguridad tendrán que plantearse si es
viable o no la actual situación en los montes de la Isla.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 23 de Agosto 2009