domingo, 23 de agosto de 2009

Las cumbres de Tenerife el 14 de agosto


ESTA SEMANA hemos vivido la fiesta de Candelaria, en la que, más allá de los aspectos lúdicos y religiosos, tenemos que hacer una lectura de seguridad y ambiental de la misma en los montes de Tenerife, sobre todo, pensando en los próximos años. Los riesgos de dicha efeméride en los montes de la isla son muchos, y más con los aspectos jurídicos ambientales que se dieron después del incendio de Guadalajara para aquellos que tenemos responsabilidades políticas sobre estos asuntos.

En una lectura de lo ocurrido en los últimos tiempos debemos plantearnos qué actitud debemos tomar para los próximos años; tema éste muy complicado, ya que no sólo hemos de implicar a los distintas administraciones con responsabilidades en el territorio, sino que hemos de hacer mucho para que la propuesta sea entendida por los ciudadanos: entender y asumir otra manera de vivir la fiesta que sin duda es la que moviliza mayor número de personas en la piel de la isla picuda.
Así, encontramos fiesta, territorio y tradición en un paisaje y en un paisanaje que ha cambiado, puesto que nuestros caminos, senderos y veredas no son vividos por las familias como ocurría antaño, en que los caminantes de Candelaria frecuentaban dicha ruta por razones obvias. Los caminos de la Isla estaban trillados por nuestra gente en culturas complementarias entre el monte y la costa, entre el norte y el sur, pues las comunicaciones entre éstos se daban por las cumbres, ya que éstas complementaban las economías de los que vivían en la costa.
Por ello, los incendios y sus peligros eran el pan de cada día, incluso en las zonas urbanas. Así, en ese marco cultural y territorial, la fiesta de Candelaria y los peregrinos recorrían espacios conocidos de una topografía que dominaban y, por otra parte, los montes estaban barridos, sin apenas combustible, puesto que tanto la leña como la pinocha eran bienes altamente necesarios en ese marco rural y natural en el que se vivió en esta Isla antes de la llegada del gas butano y tantas otras cosas que nos ha traído la modernidad en los últimos años. En consecuencia, era otra la geografía y otro el paisanaje que iba a Candelaria en esta efeméride.
Debemos hacer una reflexión sobre los peregrinos de Candelaria en el siglo XXI. En primer lugar, tenemos la mayor masa forestal que ha conocido Tenerife desde el siglo XVI, con miles de camiones de pinocha y leña a lo largo de dicho camino; pinocha y leña que se pisan con pies urbanos, con un desconocimiento del riesgo, pero, sobre todo, con un desconocimiento de la geografía en la que se está, en la que el principal acompañante es el móvil -que no siempre tiene cobertura- y lo que es peor, el usuario no sabe casi nunca en qué punto se encuentra.
En ese marco, ante un riesgo que se nos puede producir, no sabemos cuántas personas tenemos ni en qué puntos de la geografía insular se encuentran. Y lo que es peor, hay puntos muy frágiles, como ocurrió en la caldera de Pedro Gil el viernes 14 de agosto entre las 19,00 y 22,00 horas, en la que se congregaron más de 1.500 personas en un espacio estrecho, cargado de pinocha, con muchos peregrinos fumando y en el que no hay más salida que hacia los Castañeros, en Arafo, o La Crucita, en La Dorsal. O lo que ocurrió en otro punto entre Las Lagunetas e Igueste de Candelaria en el que se alcanzaron más de 900 personas en un territorio escarpado y con muchas limitaciones para huir ante un posible incendio dada la topografía y la carencia de vías en la zona. Sean estos dos ejemplos porque a esa hora había miles de peregrinos en los montes de Tenerife, desde Guía de Isora hasta La Esperanza.
Esta situación nos debe hacer reflexionar sobre el monte y el uso del mismo con cultura de fiesta en el mes de agosto, en la que las limitaciones que tenemos los que estamos en la cosa pública son muchas, sobre todo, porque no podemos controlar este aluvión carnavelero en los montes de Tenerife, en los que algunos no sólo fuman sino que llevan otros aditivos que alteran su sistema nervioso y que, por ejemplo, les impediría conducir un vehículo a motor.
Estas líneas quieren dar un toque de atención para los próximos años. Creemos que el asunto religioso y de fiesta habrá que encauzarlo por otra topografía o que cada municipio o comunidad de vecinos se haga responsable de los grupos que atraviesan nuestros montes, en los que habrá que tener en cuenta un número prudencial en las zonas peligrosas, y donde, con toda seguridad, hemos de plantear que los caminantes han de conocer el territorio que pisan para tratarlo de otra manera, no sólo por la pervivencia de nuestra naturaleza sino por la seguridad de las personas que la recorren.
Así pues, parece lógico que debamos plantear cuántas personas pueden estar al mismo tiempo en el paleobarranco de la caldera de Pedro Gil dadas las condiciones topográficas en las que, por un lado, tenemos el pico de Cho Marcial, al oeste, con una altura de 2.000 metros, y el espigón de la Tea o Añavingo al este, es decir, no hay alternativa alguna más que hacia la costa y hacia la cumbre de la que se procede, no existiendo dentro de dicho cauce ningún espacio para protegerse en caso de un incendio. Y esto lo podemos trasladar a la Boca del Valle, hacia Igueste, con una topografía muy dura de barranco y cuchillos en la que hemos de limitar el número de personas que pueden estar en dicho territorio y las posibles alternativas ante un accidente forestal que no queremos ni mencionar.
Por ello, el voluntarismo que hemos tenido hasta ahora con los peregrinos de Candelaria no debe ser la pauta para los próximos años. Habrá que estudiar la posibilidad de establecer limitaciones en cuanto al número de personas en cada territorio y, en particular, en aquellos más frágiles e, incluso, los responsables de temas de seguridad tendrán que plantearse si es viable o no la actual situación en los montes de la Isla.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 23 de Agosto 2009