ES BUENO que hagamos una lectura socioeconómica de
nuestro paisaje ante el debate vigente en la sociedad sobre naturaleza y
demandas humanas en el territorio. Idear la naturaleza olvidándose del hombre y
sus necesidades no parece el mejor planteamiento ni para ella ni para nosotros.
Es bueno que sepamos que la naturaleza está mejor conservada en el mundo en
aquellos países donde los hombres tienen resueltos sus problemas vitales. Y es
en este marco en el que debemos hacer una lectura de lo que ha ocurrido
históricamente en esta Isla, pues, sin lugar a dudas, sólo con la lectura de
los topónimos que pueblan nuestro territorio podemos entender cómo ha sido la
naturaleza de Tenerife hasta hace unos años.
Son numerosos los topónimos individuales dada la
desaparición de las masas vegetales a la que fue sometida nuestra Isla por la
demanda de los hombres como madera, leña, tierras, pastos, etc. Así, en
numerosos puntos de Tenerife tenemos barranco del Pino, cueva del pino,
barranco del escobón, mocán, barranco de la palma, almáciga y almácigo, y
sabinita. También existen tablado, tablero y lomo de los tozes. Los
topónimos de masas vegetales también existen, pero son menos numerosos, como cardonal,
escobonal, el palmar -aunque hoy ya no tiene palmeras-, o el
palmeral. Es decir, si nosotros en La Guancha encontramos los tres
hermanos en el pinar, estamos haciendo una lectura en la que hace 80 ó 60
años sólo había tres árboles donde hoy hay un pinar cerrado, que son hijos o
primos de estos pinos. De los sabinares y almácigas podríamos hablar igual.
Estas líneas se escriben hoy en la isla que posiblemente ha
tenido la mayor masa boscosa de los últimos 500 años, con más de 500 kilómetros
cuadrados de bosques e importantes zonas costeras en las que se ha recuperado
la vegetación termófila. Por lo tanto, no es justo situar en el Cabildo y en el
Gobierno de Canarias una cultura depredadora en la que sólo parece que aquí no
hay más que especulación y atropello a la madre naturaleza. Por ejemplo, el
Cabildo ha comprado más de 30 millones de metros cuadrados para reforestar y
sería bueno que nuestros críticos se den una vuelta por la cumbre de Bolico, en
Buenavista del Norte; la finca La Talavera, en Los Silos; Chivisaya, en
Candelaria; Archifira, en Fasnia, y Chajaña, en Arico, por citar algunos
ejemplos de recuperación de nuestra flora en espacios degradados hasta hace 15
años. Qué decir de la recuperación de espacios costeros como la Rambla de
Castro, Malpaís de Güímar y Malpaís de Rasca, entre otros.
Por ello, en este marco de relaciones hombre-naturaleza, el
sebadal de Granadilla no puede ser la única referencia ambiental que tengamos
hoy. Es más, sería bueno que nos planteen qué alternativas tienen para las
demandas de nuestra población en este comienzo del siglo XXI. Debemos hacer memoria.
En Granadilla, en 1960, con menos de 7.000 habitantes, con abundancia de agua
debido a los alumbramientos del canal intermedio y canal del sur, con amplios
regadíos en toda la piel del municipio, se labraban tierras desde el Paisaje
Lunar -en el que hay eras a más de 1.500 metros de altura donde sembraban
cereales donde hoy hay monte-, hasta el pie de Montaña Roja, en El Médano,
donde quedan las cicatrices de los surcos donde antaño se plantaron tomates. Y
sin embargo, en esa época tuvieron que huir hacia Venezuela más de 1.000
granadilleros por la situación socioeconómica que vivía el municipio. No había
agua corriente ni luz en la mayoría de las casas y las condiciones
sociosanitarias eran bastante problemáticas.
Por ello, en la Granadilla actual, en la que viven más de
40.000 personas, con apenas tierras cultivadas y menos agua porque ésta se
destina a los consumos urbanos, que nos expliquen de qué vamos a vivir en este
territorio si no se crean actividades industriales y de servicios como las que se
han propuesto en el Polígono Industrial y el Puerto de Granadilla.
Es en este marco en el que parece razonable que se sitúen
las cosas, puesto que la isla de Tenerife, con un millón de personas en estos
momentos, la sostenibilidad no es nada fácil y supongo que nadie de los que se
oponen a estas instalaciones estén proponiendo volver a una economía de aceite,
sal, azúcar y velas como la que sufrieron nuestros padres en esa Granadilla de
los años 60, en las que los cebadales eran tierras donde se sembraban cebada
para suavizar el gofio de millo que muchas veces venía cargado de gorgojos. Es
más, hasta las tabaibas en las costas de Granadilla fueron utilizadas para
extraer látex para hacer chicles y hubo una fábrica resinera en Los Cristianos
para sacar la resina y fabricar productos, extrayendo la savia de nuestros ya
raquíticos y, por entonces, escasos pinos.
Creemos que transcurrida la convocatoria del pasado sábado,
es bueno que nos sentemos a reflexionar sobre cómo gestionar esta Isla en la
que el cemento y el asfalto no sea una lectura depredadora, puesto que hasta
hace unos años, con menos asfalto y cemento, la Isla no era ideal como tampoco
un espejo de naturaleza idílica. De hecho, mucha de nuestra gente malvivía en
cuevas y pajales, sin un baño en sus casas y en condiciones que hoy denominamos
tercermundistas.
Así, los más de 150.000 puestos de trabajo que genera el
Turismo hoy hemos de mimarlos y cuidarlos, unido a otras actividades económicas
que nos hagan menos dependientes y que nos permitan mantener la amplia
superficie forestal que tenemos protegida, pero siempre pendientes de que
nuestra gente tenga una posibilidad de trabajar y alimentarse en un difícil
equilibrio en el que desde hace años hemos planteado la necesidad de una
limitación de la población en Canarias y nos han tildado demagógicamente de
xenófobos los mismos que se oponen a todo.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 22 de Marzo 2009