domingo, 8 de marzo de 2009

De silla para albarda


LA HISTORIA de la Humanidad está cargada de acontecimientos, del ir y venir en la economía, o lo que es lo mismo, de tropezar con la piedra en el camino en momentos más alegres y divertidos y en épocas de penurias. Los que estamos en la "cosa pública" tenemos la obligación de intentar buscar soluciones o elaborar alternativas a los problemas que la historia y la economía nos condicionan cada día. Por todo ello, en los últimos años hemos vivido una época en la que creíamos que teníamos un futuro sin piedras en el camino y, sin embargo, la historia nos recuerda, otra vez, que hemos de ser más humildes y mirar con más atención no sólo las laderas que rodean los caminos, sino, lo que es más importante, la manera de vivir y estar que ha tenido nuestro pueblo a lo largo de los tiempos.

Es en este marco en el que ahora parece que estamos condicionados a ese proverbio rural de pasar "de silla para albarda", es decir, del paseo y la contemplación del lomo de nuestras bestias a ponerle albarda y obligarlas a trabajar como hacían nuestros abuelos hace unos años. Esta lectura cargada de simbología y de historia no la podemos dejar simplemente en contemplar lo que está ocurriendo en el suelo rústico alejado de lo que ocurre en nuestras ciudades y nuestros pueblos, pues no va a ser fácil para los próximos años alimentar a nuestra población y, por supuesto, crear los puestos de trabajo que demandamos y que el "tsunami" económico de los últimos meses nos está poniendo cuesta arriba.
Por ello, un recorrido por el norte y sur de Tenerife nos pone de manifiesto que nuestra gente ha entendido la nueva situación y se ha puesto a labrar la tierra para intentar conseguir parte del sustento de cada día. Es alentador ver cómo hay municipios en los que se ha labrado este año más del 50 por ciento de tierras que antes estaban balutas. Por ello, recorrer puntos de Los Realejos, La Orotava, San Juan de la Rambla o de El Tanque y contemplar cómo se ha trabajado de manera significativa tierras que llevaban más de 20 años cubiertas de matorrales es estimulante.
Sin embargo, hemos de decir que esta gente que ha labrado las tierras y las ha sembrado de papas está mirando para los que tenemos responsabilidades políticas sobre una situación que no es nueva, pero que está agravándose con las importaciones de papas de procedencia discutible, puesto que aparecen en el mes de marzo papas con etiquetas de Inglaterra que entendemos que, si no ha cambiado el clima en las islas británicas, desde octubre hasta ahora están sus campos cubiertos de nieve, por lo que no es fácil que se haya cavado en estos seis meses tales cosechas o las han conservado de forma artificial. Nos tememos que, aunque en la etiqueta aparezcan como papas inglesas, posiblemente las han cultivado "fellahin" -campesinos pobres de Egipto-, pues no olvidemos que la renta per cápita de los egipcios está en poco más de 1.000 dólares/año -unos 3 euros diarios-, mientras que la nuestra está en unos 25.000 dólares/año.
Es en este marco en el que debemos plantearnos la situación, ya que miles de familias tinerfeñas que han limpiado las tierras en las medianías para sembrar las papas necesitan unas garantías de unos precios aceptables por cada kilo de papa. Aquí debemos situar que mientras el kilo de semillas le cuesta al agricultor algo más de un euro, el kilo de papas supuestamente británico llega a Tenerife a poco más de 20 céntimos. Y en este marco de relaciones, nuestros agricultores en contadas ocasiones consiguen algo más de 40 céntimos por kilo -cuando el agua para regar en Vilaflor, por ejemplo, cuesta cerca de 30 céntimos la pipa- por lo que está ahora tenemos sin vender más de 1,5 millones de kilos de papas en San Miguel y Vilaflor.
Es en este marco en el que entendemos que el limitar la importación de papas durante un periodo de tiempo en nuestras islas no es jugar al proteccionismo agrario sino, de alguna manera, hacer justicia con estos agricultores artesanos que no sólo generan riqueza, puestos de trabajo y alimentos frescos a nuestra gente, sino que nos mantienen limpias de maleza gran parte de las zonas próximas a los montes y, en consecuencia, son trabajadores ambientales sin sueldo oficial para defendernos de los incendios en los veranos. Así, los que estamos en la "cosa pública" tenemos que conseguir de manera sensata y justa una defensa de las producciones locales a precios razonables sobre estas importaciones que entendemos que pueden ser fraudulentas y que socialmente arruinan a estas familias que han vuelto al campo y necesitan apoyo económico y social por su trabajo. Ellos están haciendo algo que hemos defendido hace muchos años y que da estabilidad social al ser menos dependientes de las importaciones de alimentos.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 8 de Marzo 2009