LA HISTORIA de la Humanidad está cargada de
acontecimientos, del ir y venir en la economía, o lo que es lo mismo, de
tropezar con la piedra en el camino en momentos más alegres y divertidos y en
épocas de penurias. Los que estamos en la "cosa pública" tenemos la
obligación de intentar buscar soluciones o elaborar alternativas a los
problemas que la historia y la economía nos condicionan cada día. Por todo
ello, en los últimos años hemos vivido una época en la que creíamos que
teníamos un futuro sin piedras en el camino y, sin embargo, la historia nos
recuerda, otra vez, que hemos de ser más humildes y mirar con más atención no
sólo las laderas que rodean los caminos, sino, lo que es más importante, la
manera de vivir y estar que ha tenido nuestro pueblo a lo largo de los tiempos.
Es en este marco en el que ahora parece que estamos
condicionados a ese proverbio rural de pasar "de silla para albarda",
es decir, del paseo y la contemplación del lomo de nuestras bestias a ponerle
albarda y obligarlas a trabajar como hacían nuestros abuelos hace unos años.
Esta lectura cargada de simbología y de historia no la podemos dejar simplemente
en contemplar lo que está ocurriendo en el suelo rústico alejado de lo que
ocurre en nuestras ciudades y nuestros pueblos, pues no va a ser fácil para los
próximos años alimentar a nuestra población y, por supuesto, crear los puestos
de trabajo que demandamos y que el "tsunami" económico de los últimos
meses nos está poniendo cuesta arriba.
Por ello, un recorrido por el norte y sur de Tenerife nos
pone de manifiesto que nuestra gente ha entendido la nueva situación y se ha
puesto a labrar la tierra para intentar conseguir parte del sustento de cada
día. Es alentador ver cómo hay municipios en los que se ha labrado este año más
del 50 por ciento de tierras que antes estaban balutas. Por ello, recorrer
puntos de Los Realejos, La Orotava, San Juan de la Rambla o de El Tanque y
contemplar cómo se ha trabajado de manera significativa tierras que llevaban
más de 20 años cubiertas de matorrales es estimulante.
Sin embargo, hemos de decir que esta gente que ha labrado
las tierras y las ha sembrado de papas está mirando para los que tenemos
responsabilidades políticas sobre una situación que no es nueva, pero que está
agravándose con las importaciones de papas de procedencia discutible, puesto
que aparecen en el mes de marzo papas con etiquetas de Inglaterra que entendemos
que, si no ha cambiado el clima en las islas británicas, desde octubre hasta
ahora están sus campos cubiertos de nieve, por lo que no es fácil que se haya
cavado en estos seis meses tales cosechas o las han conservado de forma
artificial. Nos tememos que, aunque en la etiqueta aparezcan como papas
inglesas, posiblemente las han cultivado "fellahin" -campesinos
pobres de Egipto-, pues no olvidemos que la renta per cápita de los egipcios
está en poco más de 1.000 dólares/año -unos 3 euros diarios-, mientras que la
nuestra está en unos 25.000 dólares/año.
Es en este marco en el que debemos plantearnos la situación,
ya que miles de familias tinerfeñas que han limpiado las tierras en las
medianías para sembrar las papas necesitan unas garantías de unos precios aceptables
por cada kilo de papa. Aquí debemos situar que mientras el kilo de semillas le
cuesta al agricultor algo más de un euro, el kilo de papas supuestamente
británico llega a Tenerife a poco más de 20 céntimos. Y en este marco de
relaciones, nuestros agricultores en contadas ocasiones consiguen algo más de
40 céntimos por kilo -cuando el agua para regar en Vilaflor, por ejemplo,
cuesta cerca de 30 céntimos la pipa- por lo que está ahora tenemos sin vender
más de 1,5 millones de kilos de papas en San Miguel y Vilaflor.
Es en este marco en el que entendemos que el limitar la
importación de papas durante un periodo de tiempo en nuestras islas no es jugar
al proteccionismo agrario sino, de alguna manera, hacer justicia con estos
agricultores artesanos que no sólo generan riqueza, puestos de trabajo y
alimentos frescos a nuestra gente, sino que nos mantienen limpias de maleza
gran parte de las zonas próximas a los montes y, en consecuencia, son
trabajadores ambientales sin sueldo oficial para defendernos de los incendios
en los veranos. Así, los que estamos en la "cosa pública" tenemos que
conseguir de manera sensata y justa una defensa de las producciones locales a
precios razonables sobre estas importaciones que entendemos que pueden ser
fraudulentas y que socialmente arruinan a estas familias que han vuelto al
campo y necesitan apoyo económico y social por su trabajo. Ellos están haciendo
algo que hemos defendido hace muchos años y que da estabilidad social al ser
menos dependientes de las importaciones de alimentos.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 8 de Marzo 2009