domingo, 21 de marzo de 2010

Experimentos, con gaseosa



ESTOS DÍAS estamos sometidos a un debate sobre la gestión de los espacios protegidos en Canarias y, en particular, de los Parques Nacionales. En una lectura reflexiva sobre nuestro entorno, es bueno que sepamos que la protección no es algo separado de las personas y que gran parte de la naturaleza que hoy tenemos en Canarias es la resultante del esfuerzo y de las privaciones de numerosas generaciones de canarios. Así, por ejemplo, cuando en 1833 muere Fernando VII y comienza el periodo liberal en Canarias, en los temas de la desamortización de los montes fueron los vecinos de nuestros pueblos y sus alcaldes los que defendieron que los montes no se privatizaran, y esa es la resultante de lo que hoy conocemos, sobre todo, en los diferentes municipios de Tenerife y La Palma, con un importante patrimonio de montes públicos.

Es en este marco en el que, si hacemos un pequeño recorrido, vemos que el monte de Las Mercedes y Aguirre o los montes de Agua García fueron defendidos por los pueblos de La Laguna, Santa Cruz o Tacoronte, porque de la suerte de los montes dependía gran parte del agua que bebían, algo que hay que valorar, porque hay que tener en cuenta las miserias, el hambre de tierra y la necesidad de leña y carbón como combustible que había en esos momentos. Este es el mismo caso que se produjo en El Cedro, en La Gomera; Los Tilos, en La Palma, y en otros tantos puntos del Archipiélago. Es decir, nuestros montes los cuidaron principalmente nuestros vecinos y sus respectivos responsables políticos.
Los mayores atentados contra los montes los han creado los burócratas: valga como ejemplo el periodo "regeneracionista", esto es, a partir de la Guerra Civil, cuando los responsables políticos de aquí y su burocracia, en anuencia con Madrid, se plantearon reforestar las cumbres de las Islas y hacerlas productivas desde un punto de vista maderable. De esa manera, nos plantaron pinos de California o insignes en rincones tan importantes como el monte de Agua García, Monte del Agua y otros puntos destacados de la vertiente norte de Tenerife, incluso en Las Cañadas del Teide. Además, en La Gomera trataron de cortar la laurisilva del Garajonay para plantar dichos pinos foráneos y fueron entonces nuestros vecinos, a pesar de encontrarnos en un periodo en el que la participación era mínima por aquello de la represión, los que se opusieron a tal disparate ambiental. Y fueron esos mismos burócratas los que nos introdujeron especies alóctonas como los muflones en Tenerife o los arruí en La Palma, por no hablar de la limitación que les impusieron a nuestros campesinos sobre los usos tradicionales.
Es en los últimos años cuando ha habido una recuperación de nuestros montes gracias, en gran medida, al gas butano y a una economía que nos ha permitido alejarnos de los montes como fuente de recursos económicos y energéticos, en la que el Cabildo de Tenerife ha tenido una participación activa en la mejora de los mismos. Valga como ejemplo que Fasnia y Buenavista del Norte no tenían montes públicos por entonces y hoy tienen una importante superficie de monte público gracias a la labor que ha realizado el Cabildo en compra de suelos y reforestación.
Es en este marco donde, en los últimos tiempos, con un gran voluntarismo, se han declarado en Tenerife unos 45 espacios protegidos o, lo que es lo mismo, una superficie equivalente a más del 50% de la Isla como espacio protegido. Tema éste que nos hará reflexionar en los próximos años, puesto que dicha declaración de protección está sólo en el papel y carece de contrapartida económica suficiente para su mantenimiento y gestión.
En ese sentido, es bueno que sepamos que el Parque Nacional del Teide, con 190 kilómetros cuadrados, es el más visitado de España, pero su presupuesto está incluso detrás de Cabañeros, Sierra Nevada o Doñana, por citar algunas referencias, en el que los cuatro Parques Nacionales de Canarias, que reciben el 60% de los visitantes de toda España, tienen menos del 25% del presupuesto destinado a dichos espacios protegidos. Es decir, todos sabemos que el principal factor de alteración de un espacio natural es el hombre. Sin embargo, los presupuestos estatales se han establecido por hectáreas y no por la presión humana sobre los mismos. Además, los Parques Nacionales de Canarias tienen el 20% de los funcionarios y el 12% del personal laboral de todo el Estado español, según datos de 2007. En ese sentido, el Teide, con más del 30% de los visitantes de todo el Estado, tiene sólo el 5% del personal en plantilla.
Ante esta situación entendemos que la gestión del Parque Nacional del Teide debe estar totalmente en sintonía y coordinación con lo que hacemos en el resto de la Isla y, en particular, con los 500 kilómetros cuadrados de la corona forestal, que no sólo lo rodea, sino que hace islotes en el mismo. En consecuencia, no es funcional la separación de los dos espacios porque crea, entre otras cosas, deseconomías con dos administraciones paralelas y con equipos humanos que gestionan una especie de fincas hijuelas separadas unas de otras. Así, cuando un muflón -que suele saber geografía- se sale del límite del Parque Nacional, los cazadores no pueden abatirlo porque está en el régimen de caza controlada en la corona forestal.
Muchas ideas y pocos medios. No resulta razonable poner dos administraciones para cuidar la misma carretera. Valga como ejemplo que en Izaña el margen izquierdo subiendo lo cuida el Cabildo y el derecho el Parque Nacional; situación que se repite entre Boca de Tauce y Las Lajas, en Vilaflor, pinar de Chío, El Portillo, etc. Creemos que la gestión debe de hacerse contando con los vecinos, ayuntamientos y Cabildo, por ser las Administraciones más próximas, y la coordinación con el resto de las Administraciones, en las que en todo momento la gestión debe ser una, con leyes sencillas, claras y aplicables; el mundo de los compartimentos, de las hijuelas, complica la gestión. No pongamos más barreras, papeles y burocracias a una maraña de planes y de teorías sobre el espacio. Así, por ejemplo, hasta el Roque de Garachico tiene normas de gestión en las que incluso proponen dónde deben posarse las gaviotas…
Hasta ahora, los hechos dan la razón a que nuestra gente ha cuidado el territorio. Así, el pino de Vilaflor, el drago de Icod (hasta 1916), el madroño del barranco de Ruiz y el castaño de las Siete Pernadas han estado en fincas privadas y nuestra gente los ha respetado sin estudios, papeles y leyes protectoras. En la gestión de los montes de Anaga y Teno hemos conseguido caminos de entendimiento con los vecinos y ayuntamientos, que ponen de manifiesto que no debemos hacer más experimentos creando otros "chiringuitos" sobre la piel de la Isla, pues como todos sabemos hay una inflación de leyes y de categorías de espacios y faltan recursos para la gestión y, posiblemente, sentido común también. La "broma" de los pinos de California o insignes le ha costado muy cara a Tenerife, tanto en el plano ambiental como en el económico. Por lo tanto, hagamos experimentos con gaseosa y no con las cosas de comer.
Esta charla fue impartida por quien suscribe el 15 de marzo del presente año en la Sociedad Económica de Amigos del País, en La Laguna.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 21 de Marzo 2010