ESTOS DÍAS estamos sometidos a un debate sobre la gestión de
los espacios protegidos en Canarias y, en particular, de los Parques
Nacionales. En una lectura reflexiva sobre nuestro entorno, es bueno que
sepamos que la protección no es algo separado de las personas y que gran parte
de la naturaleza que hoy tenemos en Canarias es la resultante del esfuerzo y de
las privaciones de numerosas generaciones de canarios. Así, por ejemplo, cuando
en 1833 muere Fernando VII y comienza el periodo liberal en Canarias, en los
temas de la desamortización de los montes fueron los vecinos de nuestros
pueblos y sus alcaldes los que defendieron que los montes no se privatizaran, y
esa es la resultante de lo que hoy conocemos, sobre todo, en los diferentes
municipios de Tenerife y La Palma, con un importante patrimonio de montes
públicos.
Es en este marco en el que, si hacemos un pequeño recorrido,
vemos que el monte de Las Mercedes y Aguirre o los montes de Agua García fueron
defendidos por los pueblos de La Laguna, Santa Cruz o Tacoronte, porque de la
suerte de los montes dependía gran parte del agua que bebían, algo que hay que
valorar, porque hay que tener en cuenta las miserias, el hambre de tierra y la
necesidad de leña y carbón como combustible que había en esos momentos. Este es
el mismo caso que se produjo en El Cedro, en La Gomera; Los Tilos, en La Palma,
y en otros tantos puntos del Archipiélago. Es decir, nuestros montes los
cuidaron principalmente nuestros vecinos y sus respectivos responsables
políticos.
Los mayores atentados contra los montes los han creado los
burócratas: valga como ejemplo el periodo "regeneracionista", esto
es, a partir de la Guerra Civil, cuando los responsables políticos de aquí y su
burocracia, en anuencia con Madrid, se plantearon reforestar las cumbres de las
Islas y hacerlas productivas desde un punto de vista maderable. De esa manera,
nos plantaron pinos de California o insignes en rincones tan importantes como
el monte de Agua García, Monte del Agua y otros puntos destacados de la
vertiente norte de Tenerife, incluso en Las Cañadas del Teide. Además, en La
Gomera trataron de cortar la laurisilva del Garajonay para plantar dichos pinos
foráneos y fueron entonces nuestros vecinos, a pesar de encontrarnos en un
periodo en el que la participación era mínima por aquello de la represión, los
que se opusieron a tal disparate ambiental. Y fueron esos mismos burócratas los
que nos introdujeron especies alóctonas como los muflones en Tenerife o los
arruí en La Palma, por no hablar de la limitación que les impusieron a nuestros
campesinos sobre los usos tradicionales.
Es en los últimos años cuando ha habido una recuperación de
nuestros montes gracias, en gran medida, al gas butano y a una economía que nos
ha permitido alejarnos de los montes como fuente de recursos económicos y energéticos,
en la que el Cabildo de Tenerife ha tenido una participación activa en la
mejora de los mismos. Valga como ejemplo que Fasnia y Buenavista del Norte no
tenían montes públicos por entonces y hoy tienen una importante superficie de
monte público gracias a la labor que ha realizado el Cabildo en compra de
suelos y reforestación.
Es en este marco donde, en los últimos tiempos, con un gran
voluntarismo, se han declarado en Tenerife unos 45 espacios protegidos o, lo
que es lo mismo, una superficie equivalente a más del 50% de la Isla como
espacio protegido. Tema éste que nos hará reflexionar en los próximos años,
puesto que dicha declaración de protección está sólo en el papel y carece de
contrapartida económica suficiente para su mantenimiento y gestión.
En ese sentido, es bueno que sepamos que el Parque Nacional
del Teide, con 190 kilómetros cuadrados, es el más visitado de España, pero su
presupuesto está incluso detrás de Cabañeros, Sierra Nevada o Doñana, por citar
algunas referencias, en el que los cuatro Parques Nacionales de Canarias, que
reciben el 60% de los visitantes de toda España, tienen menos del 25% del
presupuesto destinado a dichos espacios protegidos. Es decir, todos sabemos que
el principal factor de alteración de un espacio natural es el hombre. Sin
embargo, los presupuestos estatales se han establecido por hectáreas y no por
la presión humana sobre los mismos. Además, los Parques Nacionales de Canarias
tienen el 20% de los funcionarios y el 12% del personal laboral de todo el
Estado español, según datos de 2007. En ese sentido, el Teide, con más del 30%
de los visitantes de todo el Estado, tiene sólo el 5% del personal en
plantilla.
Ante esta situación entendemos que la gestión del Parque
Nacional del Teide debe estar totalmente en sintonía y coordinación con lo que
hacemos en el resto de la Isla y, en particular, con los 500 kilómetros
cuadrados de la corona forestal, que no sólo lo rodea, sino que hace islotes en
el mismo. En consecuencia, no es funcional la separación de los dos espacios
porque crea, entre otras cosas, deseconomías con dos administraciones paralelas
y con equipos humanos que gestionan una especie de fincas hijuelas separadas
unas de otras. Así, cuando un muflón -que suele saber geografía- se sale del
límite del Parque Nacional, los cazadores no pueden abatirlo porque está en el
régimen de caza controlada en la corona forestal.
Muchas ideas y pocos medios. No resulta razonable poner dos
administraciones para cuidar la misma carretera. Valga como ejemplo que en
Izaña el margen izquierdo subiendo lo cuida el Cabildo y el derecho el Parque
Nacional; situación que se repite entre Boca de Tauce y Las Lajas, en Vilaflor,
pinar de Chío, El Portillo, etc. Creemos que la gestión debe de hacerse
contando con los vecinos, ayuntamientos y Cabildo, por ser las Administraciones
más próximas, y la coordinación con el resto de las Administraciones, en las
que en todo momento la gestión debe ser una, con leyes sencillas, claras y
aplicables; el mundo de los compartimentos, de las hijuelas, complica la
gestión. No pongamos más barreras, papeles y burocracias a una maraña de planes
y de teorías sobre el espacio. Así, por ejemplo, hasta el Roque de Garachico
tiene normas de gestión en las que incluso proponen dónde deben posarse las
gaviotas…
Hasta ahora, los hechos dan la razón a que nuestra gente ha
cuidado el territorio. Así, el pino de Vilaflor, el drago de Icod (hasta 1916),
el madroño del barranco de Ruiz y el castaño de las Siete Pernadas han estado
en fincas privadas y nuestra gente los ha respetado sin estudios, papeles y
leyes protectoras. En la gestión de los montes de Anaga y Teno hemos conseguido
caminos de entendimiento con los vecinos y ayuntamientos, que ponen de
manifiesto que no debemos hacer más experimentos creando otros "chiringuitos"
sobre la piel de la Isla, pues como todos sabemos hay una inflación de leyes y
de categorías de espacios y faltan recursos para la gestión y, posiblemente,
sentido común también. La "broma" de los pinos de California o
insignes le ha costado muy cara a Tenerife, tanto en el plano ambiental como en
el económico. Por lo tanto, hagamos experimentos con gaseosa y no con las cosas
de comer.
Esta charla fue impartida por quien suscribe el 15 de marzo
del presente año en la Sociedad Económica de Amigos del País, en La Laguna.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 21 de Marzo 2010