QUERIDO lector: Cada día, cuando salimos al campo los
vecinos de la Isla, nos preguntan por temas para los que no tenemos una fácil
respuesta, ya que se ha hecho un marco de leyes para las Islas alejado de
nuestra realidad. Por si fuera poco, aplicado por cuatro o cinco
administraciones; leyes sobre cada chapa, morra o barranco tan alejadas de la
realidad como limitar el pastoreo en amplios espacios que no son forestales ni
tampoco públicos;
ni la Administración tiene un euro para su gestión, con lo
que establecemos por decreto un amplio espacio sin actividad agraria, forestal
o ganadera. Es más, en una zona en la que el pastoreo tiene miles de años y la
naturaleza que conocemos es el resultado de dicha actividad, ahora -por
decreto- prohibimos el pastoreo, sin ninguna gestión alternativa, olvidando que
las actuales condiciones de vegetación son el resultado de un sabio manejo de
pastoreo y agricultura, en el que la vegetación actual se debe, más que a otra
cosa, a una estabilidad antrópica -el pastor eliminaba las plantas que
debilitaban los pastos, incluso sembraban las más favorables, manteniendo un
equilibrio que ahora se rompe-, imponiéndose unos matorrales de gran capacidad
de combustión: zarzas, cañeros, magarzas, tojos, retamas, hinojos, granadillos,
etc. En otros casos, los tabaibales hacen intransitable los accesos al campo.
Hasta ahora, la economía nos había permitido importar leche,
carne y pienso para el ganado. Por ello se habían fabricado unas leyes que
declaraban protegido más del 50% del territorio, proclamando una supuesta
protección sin presupuesto, ignorando que proteger no puede ser volver a un
supuesto mundo preguanche. Entre otras cosas porque vivimos aquí algo más de un
millón de personas que no podemos poner en la mesa tabaibas, cardones o
retamas. Por lo tanto, eso que se llama sostenibilidad tiene una gran
complejidad, y la cabra y las personas son parte de eso que llamamos
naturaleza, así que hemos de convivir con la naturaleza, haciendo el mejor uso
posible.
No podemos excluir los usos tradicionales; por decreto ya lo
hemos hecho en el Parque Nacional del Teide. No tiene sentido el pastoreo en
las zonas de la Corona Forestal. Sin yerba debemos plantearlo en las zonas
adehesadas o en los cortafuegos, impidiendo el pastoreo en zonas de reforestación,
activando la ganadería en las tierras abandonadas de las medianías; no tiene
sentido prohibir el pastoreo en este o aquel morro, chapa, barranco, etc.
porque tiene esta o aquella categoría de protección. Es más, lo hacemos en
fincas particulares en las que tampoco reforestamos ni hacemos ninguna
actividad de gestión (retirando vegetación para evitar incendios).
La declaración de protección se hace sin contrapartidas
económicas por parte de los responsables de los planeamientos del Gobierno de Canarias
que supuestamente planifican. Así, en Anaga o en la Corona Forestal se ha
suspendido casi todo tipo de actividad de pastoreo, prohibiendo la construcción
de establos o actividades complementarias para la ganadería en nombre de una
supuesta protección ambiental. Las cabras y los pastores las hacen
incompatibles con el medio ambiente.
Tal planeamiento genera en la Isla dos problemas serios: uno
es social, pues a miles de familias que pueden vivir de la ganadería,
proporcionando alimentos frescos a la población local, las incorporamos ahora a
las listas del paro. Pero, es más, el problema ambiental es grave. Al retirar
el pastoreo sobre un territorio que había mantenido un equilibrio
hombre-naturaleza, se dispara el crecimiento de la vegetación que el hombre
había controlado para proteger los pastos como complemento a la actividad
agraria, pasando al desarrollo de monoespecies que lo hacen impenetrable, en
donde sólo entran, en contadas ocasiones, los cazadores, creando un campo
apropiado para los incendios, dada la cantidad de maleza que cada verano cubre
lo que antaño habían sido zonas de pastos, incluso antiguos manchones.
Este año hemos atendido para controlar incendios en zonas
costeras, próximas a la Dársena Pesquera, barranco de Jagua, cerrillos entre
cardones y tabaibas. Antes era una zona de pastoreo y, en consecuencia, quedaba
libre de combustible en el verano.
Ante este panorama, es urgente modificar el marco legal y
competencial en el que los usos tradicionales se mantengan, con excepción muy justificada
de algún enclave de protección; de lo contrario, los hechos dejarán las leyes
en las gavetas de las administraciones, perdiendo la cosa pública la necesaria
función de ordenar el uso de un territorio complicado, en el que las demandas
de cada día hipotecan alternativas de futuro. El hombre, las cabras, el
pastoreo y la naturaleza son compatibles; las leyes no se pueden hacer sin
buscar consenso.
Ahora, que oímos hablar del pastoreo en la lucha contra los
incendios en Portugal, en Australia, etc, etc., aquí expulsamos a los
ganaderos, incluso de las tierras que rodean la Corona Forestal, con leyes para
las que no tenemos argumentos razonables, para defenderlas, ya que ignoran la
naturaleza y la cultura de los moradores de esta tierra desde los guanches
hasta la época de las importaciones de leche en polvo y yogurt bebible. Hagamos
un esfuerzo por mantener los usos tradicionales en los que agricultura,
ganadería y medio ambiente no sean actividades excluyentes. No es de recibo
tratar a nuestros ganaderos como delincuentes mientras importamos gran parte de
lo que comemos.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 19 de Septiembre 2010